viernes, 27 de julio de 2012

Tras la tormenta.

Después de la lluvia de anoche, breve pero intensa, con granizada imponente incluida, el balance es el siguiente:

1. Ha bajado la temperatura in-door y la out-door, cosa que es de agradecer para intentar dormir mejor.
2. Todos los cristales de la planta baja de casa (y me consta que de otras cuantas casas más), tienen rastros de gotas embarradas, que en mi caso, se suman a las ya pre-existentes.
3. Ahora si que hay que limpiar el fondo de la piscina.
4. Las colchonetas de las tumbonas están empapadas y por los suelos. Entono otra vez más el "mea culpa" por no haberlas recogido anoche. Al menos no han salido volando a patios vecinos/colindantes.
5. El romero, el tomillo, la albahaca y la hierbabuena han renacido, lucen en tonos verdes brillantes y expanden rabiosos su fragancia. Salir de casa, al amanecer e inhalar su aroma es todo un regalo para mi pituitaria. Con este precedente, debe ser una delicia poder pasear por la sierra madrileña y disfrutar de olor de la jara en flor y de los pinos.
6. Ahora huele aún más a paja seca, humedecida por la cálida lluvia y es una maravilla.
7. Tras las tormentas se nota cierto sosiego en el ambiente, por otro lado muy necesario. Quizás por eso el tráfico no ha sido tan alocado como en días anteriores y eso es de agradecer, sobre todo lo agradece inmensamente mi stress de conductora.
8. Todavía quedan algunos restos de charco esta mañana en la calle. Y hacía mucho tiempo que no se veían charcos por aquí.
9. Esta mañana, las nubes enmascaraban el incipiente amanecer. El sol pugnaba por asomar entre ellas y me ha recordado mis amaneceres a pie de playa pescando en el Mediterráneo:

                                  
                                      De eso hace años, pero aún conservo fotos como esta.

10. Se que el motivo de que haya estado lloviendo casi torrencialmente no es porque yo haya estado cantando (si, infinitamente mal, ya se que más que cantar, balo como una oveja), sino por la entrada de un frente atlántico.
11. El viento y haber dejado la ventana del dormitorio abierta, ha dejado llena de pequeñas plumas (de ángel supongo) la parte baja de mi cama.
12. Ya vuelve a brillar con fuerza el sol. Me vuelvo a calar las gafas de ídem cuando me sitúo de nuevo al volante, para volver a casa.

Sólo ha sido un paréntesis en esta época de estío. Aún queda mucho verano ¿verdad?

miércoles, 25 de julio de 2012

Tormenta de verano.

Después de interminables días de abrasador y arrasador calor, de inquebrantable sequía, hoy el cielo se ha dignado a darnos una tregua. Las nubes negras se han ido arremolinando desde dirección suroeste, eclipsando al sol de final de la tarde.

Se ha levantado el viento y me ha traído aromas de tierra mojada. Como siempre pasa en estos casos, el calor sofocante se ha incrementado durante unos minutos, el sudor ha perlado mi frente y por mi nuca se han deslizado gotas, camino de mi espalda.

En esos instantes previos a la tormenta el ambiente se carga de una electricidad y de una tensión similar al cuarto de unos enamorados que están a punto de discutir. El ambiente está enrarecido, el calor es casi insoportable, los nervios están clamando a las puertas del Averno.

Veo un relámpago a lo lejos, cuento los segundos, pero no oigo el consabido trueno. ¿Buena señal? aún está muy lejos. Desde que de pequeña viví una clamorosa tormenta a orillas del mar, me fascina este fenómeno de la madre Naturaleza. Cuanto más fuerte es, más me gusta, sobre todo si estoy sola. Sobre todo si me pilla en el campo, a pesar de que en mis circunstancias, una tormenta en el campo a mi lado, supone un peligro sobreañadido. Sobre todo si empieza a anochecer...

Empieza a caer la noche, algunos rayos se ven a los lejos, partiendo el cielo en mil pedazos, rompiendo con su estruendo el silencio del campo.

Me siento al aire libre a disfrutar de la bajada de las temperaturas, del aire que eriza cada milímetro de mi piel. Siento frío y es evidente que es así. De vez en cuando, uno de ellos dota a la oscuridad de un resplandor momentáneo, dejándome ver lo que se oculta a mi vista. Un segundo de día en la inmensidad de la noche.

Van pasando las horas, decido que ha llegado el momento de rendirse en los brazos de Morfeo. Cierro mi libro, miro la hora, ya hace rato que debería estar dormida, pero una vez más, no puedo. La tormenta se aleja poco a poco, pero continuo vibrando con el olor a humedad de tierra reseca a la que se le ha dado un suspiro de vida.

Fuera y dentro llueve suave y las pocas gotas que caen sobre el tejado marcan el ritmo de esta nueva noche. Sobre mi cama caen batracios del cielo. Se que tengo que besarlos hasta la extenuación o aprenderme de memoria el manual para su cuidado y disfrute.

martes, 24 de julio de 2012

Rutinas.

Hay rutinas en la vida, de las que nos quejamos pero que dan consistencias nuestro devenir por "este valle de lágrimas".

Me quejo de tener que salir disparada del trabajo, rozar la legalidad en materia de límites de velocidad al volante, para recoger a tiempo a mis niños en el campamento de verano de la escuela infantil, sin ser consciente del todo, que en muy pocos días, se acabará esa rutina y se acabará para siempre, porque el próximo curso, el de los rizos irá "al cole de los mayores". 

Cambiarán las calles por las que tendré que entrar al pueblo en el que vivo para recogerles, el sitio donde aparcar, las personas y el decorado que ambientará los próximos meses. Se acaba, si, la etapa de la escuela infantil llega a su fin. Todo ha sido tan rápido y los primeros días parecen ahora tan lejanos... 

Nos quejamos de ir a trabajar, sin darnos cuenta de que un tropezón inoportuno nos puede hacer sufrir un esguince que nos deje en casa varios días, echando de menos esas rutinas de despertador, compañeros, cafés, trabajo, jefes, más trabajo, unas risas y más trabajo.

Lo mismo pasa si un buen día eres despedido, tus rutinas diarias se convierten en añoranzas de un tiempo que no volverá. Y entonces te das cuenta de que no has aprovechado mejor el tiempo, pero ya no tienes otra oportunidad para ello.

Y no digo nada, si un día dejas de ver al que te alegra la vista por la mañana, siempre a la misma hora. Te parece algo rutinario, normal, hasta que no vuelve... O dejas de recibir una llamada de ánimo mañanero, que te interrumpa alegremente tus primeros minutos de consciencia tras el primer café del día. O ya no tienes el consabido beso de hora fija...

No conoces la inmensidad de esa suerte que tienes en el día a día, hasta que ella, la vida cruel y desmadejada, te lo arrebata. Si es temporalmente y lo recuperas después, siendo mínimamente list@, aprendes la lección y empiezas a valorar cada regalo repetido de la existencia.

Pero si esa ruptura de la rutina es definitiva, la amargura de lo perdido anida por siempre jamás en el lado izquierdo de tu pecho y te corroe como ácido, destruye cada ventrículo, hasta que te conviertes en un "Walking Dead", en busca de esa felicidad que ya nunca será la misma.

De ese sabor está hecha la vida cotidiana: dulce, muy dulce como sirope de chocolate, o con sabor a almendras amargas, como ese último beso que das a tu amor de verano, sabiendo que no lo volverás a ver jamás. De hechos repetidos, maravillosos si los valoras, estériles si te abandona la cordura.

domingo, 22 de julio de 2012

Mimosona.

Así está mi niña hoy, no se si influenciada por la luna creciente...
... o porque está incubando algún virus veraniego y en breve caerá víctima de la tos y unas décimas, o todo será producto de sus típicas laringitis.


El caso es que se acerca a mi con cara de gatita, me ronronea melosa y me tiende sus brazos y me implora con sus ojos bañados en lágrimas a la rodee con los mios, que la acaricie. Y yo me rindo, como no puede ser de otra forma, no puedo evitar rendirme ante ella, mínima de talla, enorme en mi corazón. Y me preocupo, quizás sin fundamento, pensando que algo raro la pasa.

Son el origen de muchos de mis desvelos, literal y figuradamente, pero también son la fontana de mis alegrías, alegrías de madre orgullosa, orgullosa de que el de los rizos ya duerme por las noches sin pañal y sin inundar la cama.


Me llena de satisfacción y orgullo, como diría el de los elefantes, que sean cada vez más autónomos, si, cada vez son más autónomos los dos. Y disfruto como madre primeriza que ahora soy en infinidad de cosas, sorprendida de lo mucho que hablan, de lo bien que se expresan y de las cosas que me cuentan, como si fueran seres de otro planeta y no fuera su evolución, lo más normal del mundo.


Me embeleso viéndoles chapotear en el agua, compartir juegos y venir a la carrera (cada uno con su estilo propio) para abalanzarse sobre mi y comerme a besos.


Y entonces me pongo como mi niña, toda yo, se me salta la lagrimita de verlos ir creciendo y agradezco sus abrazos, que son los únicos que tengo.  Y ahora más que nunca, los miro pensativa, porque estos últimos días estoy demasiado influenciada por la luna creciente o estoy incubando algún virus veraniego.

jueves, 19 de julio de 2012

Inexorable.

Van transcurriendo los granos de existencia, poco a poco, pero sin piedad.

Hasta mi llegan los ecos de los que ya llegan y los que ansían marcharse, comentan sus vacaciones y yo suspiro tratando de quedarme sorda, sorda una vez más. ¡Basta ya!, no quiero oír más planes de solaz descanso. Quiero que mis manos dejen de oler a hipoclorito de sodio, yo también quiero cambiar de aires. 

Salgo del iglú en el que nos han transformado la oficina.




Fuera ya, tardo en ir reaccionando y entrando en calor. Con las gafas de sol puestas y cantando, siempre cantando algo, miro asustada como va cambiando la temperatura. Apenas se atreven a volar los pájaros. El aire abrasa todo lo que toca y pasa por mis brazos como una lengua cálida pero seca. Roza mi nuca, recorre mi espalda. Los mismos carteles negros me miran desde hace días, pasar rápida. Yo los miro y sonrío ¿porqué no?. La chica del anuncio del bikini de los grandes almacenes, cada vez está más pálida y delgada.

Son las 15.17, me incorporo a la A-4. Voy bien de tiempo. De repente, el tedio me adelanta por la derecha y me saca burlón la lengua. Me envuelve en sus brazos y ya no puedo quitármelo de encima. En el salpicadero del coche ya marca 39º y avanzo dirección sur. Esquivo camiones y subo el volumen. Ya soy capaz de hacerlo con los ojos cerrados, pero prefiero otros peligros. No hay que confiarse, ya he cometido muchas imprudencias. Al final, el radar me va a cazar...

Llego a tiempo de encontrar el único hueco donde es imposible aparcar. Y aparco. Recojo a mis angelitos gritones, la independiente y el de los rizos se lo han pasado de miedo. ¡Menuda batalla es atarles! Modifico la estrategia día  a día, la de hoy no ha tenido buen resultado, he terminado sudando a mares para meterlos en casa. En la calle reparten fuego, en casa, como impenetrable bodega norteña, la semi oscuridad aporta su frescura.

Me quito el disfraz de "niña bien" y me enfundo en la comodidad de los short y la camiseta. Transcurre la tarde. Estoy agotada. Las vitaminas deben ser light o necesito más dosis. Se que lo que necesito es romper este ritmo, descansar y cuidarme. Hace meses, muchos meses que no se lo que es dormir más de 6 horas al día y seguidas, ya ni lo recuerdo.

El calor y la falta de sueño aniquilan mi tensión. Mareada y cansada reparto besos, generosa. Hoy me siento generosa de cariño. Podría repartir varias toneladas. Los besos de mamá son mágicos, porque curan los duros golpes que sufren mis angelitos.

Por fin se duermen. Me siento en mi escalón favorito. Hoy también vuelve a ser de cálido mármol, casi como antaño. Hundo la cabeza en mis manos, cierro los ojos y suspiro.

Ahora voy a regar mis plantas y a jugar a ser Bree pastelera. Luego sumergiré mi ávida imaginación entre los renglones de mi última adquisición literaria. Igual aprendo algo, pero lo dudo. Igual me duermo y al despertar ha cambiado mi presente y mi mañana. Suspiro. Y lo dudo.

Las manos de David.

De la imagen externa de la gente, me atraen varias cosas: la forma de caminar, que dice mucho observándola sobre el estado de ánimo en un momento determinado de las personas y sobre todo, de su personalidad. 

Hay quien anda con firmeza y energía, hay quien se desliza suavemente, hay quien va dando como saltitos, hay que arrastra los pies por el mundo, como si llevara una carga tremenda sobre sus hombros. Hay quien pasa por el mundo, sin que sus pies dejen huella en la nieve...

Hay quien pisa suave, hay quien pisotea y arrasa. Hay quien te pone el pie en el cuello, como cazador sobre su rendida presa y no te deja ni respirar, cuál indefensa oveja (negra). Hay quien camina con miedo, hay quien camina con prisas, hay quien pasea en lugar de caminar. Hay quien corre por la vida y se pierde lo cotidiano por ir demasiado rápido. Hay quien en lugar de andar, se desliza.

Los ojos son otro punto de análisis y fascinación extraordinario. Hay miradas que te intimidan, miradas que te golpean, miradas que te desnudan, dejando al descubierto tu forma más personal de ser y de sentir. Hay miradas que te humillan, hay miradas que te duelen, hay miradas que te enamoran y otras que te enfadan. Miradas de odio y de desprecio, miradas de infinita ternura y cariño. Miradas de complicidad. Miradas de culpabilidad. Miradas a los ojos, en silencio.


Pero sin lugar a dudas, lo que más me suele atraer de una persona cuando la conozco son sus manos. La naturaleza no me dotó tampoco de unas manos bonitas, sino que injustamente me tocó el polo opuesto a mi ideal de belleza.

Las manos masculinas son mi debilidad. Hay manos suaves, estilizadas, de dedos largos, pero no huesudos. Manos firmes, pero a la vez delicadas. Manos de pianista. Manos como las de Felipe II.


Manos como las que plasmaba El Greco, manos en las que reparé por primera vez en su museo de Toledo, cuando apenas tenía 8 años y que me dejaron tanta huella en mi ingenua imaginación de niña, que ya no puedo mirar otra cosa que las manos cuando conozco por primera vez a alguien en mi vida.


Por eso, en La Academia de Florencia, sus manos hicieron que se me saltaran las lágrimas, si, una vez más. Esas manos imponentes, las manos perfectas, para mi. Me pasé toda la visita contemplándolas, desde diferentes ángulos y perspectivas. Manos que me hipnotizaron, que parecían que en cualquier momento se iban a mover para cambiar de posición.


Lástima que sean de piedra, de fría pero blanca piedra. Lástima que no las haya visto nada más que una vez, convertidas en realidad.

domingo, 15 de julio de 2012

Esencia árabe.

Hace ahora aproximadamente unos 11 años estuve en una exposición organizada por La Caixa, sobre la cultura árabe, donde se recreaban cuatro ambientes típicos: un bazar, una mezquita, un dormitorio y un jardín árabe.

Me fascinó la forma en que habían sido recreados esos ambientes, los olores que se podían percibir, a almizcle, jazmines, bergamota, inciensos..., como se había cuidado la luz y sobre todo, el patio árabe, con el sonido del agua en constante murmullo, tan mágico y  a la vez relajante, recreando  una noche de luna y grillos..., con olor a naranjos en flor.

De esa visita saqué en claro dos cosas:

1. Había culturas para mi en gran medida desconocidas, de las que tengo hoy en día muchas cosas buenas que aprender.

2. El día que yo pudiera tener mi patio en casa, además de vegetación iba a tener el sonido del agua en movimiento para mis noches de luna de verano.

Hoy no hay luna en mi cielo, ni es de color azul intenso, ya es sólo inmensa oscuridad, sólo salpicada por la luz de lejanas estrellas que me contemplan desde lo alto. Y aquí estoy, 11 años después, escuchando el sonido de una pequeña fuente en el patio de mi ansiado refugio en el verano, mientras que la brisa suave de la noche se mezcla con el aroma de la citronela antimosquitos y el tomillo limonero.

Aquí estoy, recordando esa visita y como, a partir de ese momento, me interesé por una cultura que nos ha aportado tantas cosas a la sociedad en la que vivo. Aquí estoy, evocando con ese sonido lento, tranquilo, pausado y sereno, mi última visita a un hamman, donde no sólo disfruté de los contrastes de temperaturas del agua, también disfruté de la mágica combinación de la luz de las velas contra las paredes de ladrillo, la suave música y el sonido del agua envolviéndolo todo.


Ese agua que ahora me canta con su murmullo, el eco de momentos bonitos. Gotas salpicando contra gotas, refrescando mi mente del calor que me rodea. Noche de verano, de silencios y de gatos sigilosos que se acercan a mi, con pausados andares. Noche de agua y sueños. Noche de agua y recuerdos.

viernes, 13 de julio de 2012

Mortadela

No, no es que me refiera a la hilarante película de homónimo titulo en la que la estupendísima Sofia Loren (eso es una mujer explosiva, con curvas y las demás, aficionadas) trataba de pasar por la aduana de Estados Unidos, con una gran mortadela, boloñesa, para más señas, si no me falla la memoria.



No, es que a veces me siento la versión femenina de Mortadelo y sus múltiples facetas. Hace un par de días, sin ir más lejos, fui Mortadela-doctora, dando puntos de aproximación en la barbilla de mi hija, que evoluciona favorablemente en su, por fin iniciado proceso de marcha sin apoyo, pero que como su equilibrio es bastante inestable, probó nuevamente las leyes de la gravedad.
Nada grave, pero la sangre es muy escandalosa.

Minutos después, era Mortadela-limpiadora, porque decidieron aliñar el suelo de la cocina con aceite (ya no se donde esconderlo, lo huelen, lo rastrean, lo encuentran y lo tiran al suelo). He descubierto que el lavavajillas es un estupendo quita grasas. Lo que no se es cómo va a salir, si es que alguna vez se quita, el rastro de aceite del parquet del pasillo.

Otras veces soy Mortadela-peluquera, de los niños y sus rizos, de lo poco que le queda a mi santo...Estilista, queda más fino ser Mortadela-estilista. Otras, me recreo entre los fogones, porque me relaja mucho esa faceta de Mortadela-cocinera.


Otras veces me siento Mortadela-felpudo, escucho las penas de familiares desesperados por el calor, los achaques y el aburrimiento...
Y otras, simplemente, Mortadela-pulpo, haciendo 3 ó 4 cosas a la vez.


¡¡Y a pesar de todo, que no falte ni el sentido del humor, ni la sonrisa en la cara todos los días!!

martes, 10 de julio de 2012

Los veranos de antes.

Este calor tan estupendo, mucho menos que en la tierra del fisio de mi hija, me hace recordar mis veranos de cuando era niña.

Nada que ver con los de ahora. Para empezar, la tele no era de continua emisión, por lo que por las tardes, o te morías de aburrimiento escuchando a Elena Francis (a los más jóvenes debe sonar a chino) o te echabas la siesta, algo que no he podido hacer por mucho que se empeñara mi santa madre en taparme las ventanas para que no entrara la luz y me pensara que era de noche.

Cuando se acababa el cole, hasta que llegaba la hora de salir a la calle a jugar, sin peligro cierto de lipotimia, si conseguías que te dejaran de dar la lata con lo de la siesta,  una vez hechos los deberes del libro de Santillana: "Vacaciones de Verano" (menuda ironía), podías dedicarte a los recortables, jugar con las muñecas (según la edad) o a bordar, que quedaba muy fino y muy de señorita de merecer.

Mis veranos no eran de salir a la masía familiar, como tanta envidia me dieron años después, la docena de nietos de la serie "Abuela de Verano", esa estupenda serie española, que sólo debimos ver mi santo, la señora madre del  productor y yo, a juzgar por el share que tenía. 




Mis veranos eran de fugaces salidas de ida y vuelta un par de veces al mes al río del cercano pueblo de mi padre, de agua tan fría que te dolían las piernas varios días después.
Días de campo, de tortilla de patatas, filetes empanados y pimientos verdes fritos, ensaladas de tomate y pepino y postres con sandía. Salidas al campo donde te embadurnaban con Nivea para que no te quemaras con el sol (y te abrasabas igualmente) y de regreso a casa al anochecer, agotada. Y que siempre terminaban de la misma forma: bebiendo antes de dormir un gran vaso con mucho azúcar, para contrarestar las agujetas (o  para matarte de un coma insulínico, vete tu a saber), agujetas que inevitablemente terminabas por tener, de tanto luchar contra la corriente del gélido río.

Los veranos de mi infancia e inicio de adolescencia, también lo fueron de escapadas culturales por alguna provincia limítrofe a la capital del reino, escapadas de un sólo día en las que no me libraba de soportar el mal genio de mi hermana y el sopor que me producía la monótona letanía de algunos guías de los monumentos visitados, la incomodidad del calor en los desplazamientos, la música del radiocasette del coche de mi padre y otros males menores.

Veranos largos, aburridos, sin emociones, sin nada interesante que contar a la vuelta a clase. Veranos de libros, muchos libros y de los más variado, de series de televisión, de música y de creciente imaginación. Demasiada a veces.


Veranos de contenida rebeldía, veranos de heredar vestidos floreados, por ser la menor. Veranos en los que te ibas librando de la ropa, de poder llevar manga corta y verte los codos, Días de calor, de jugar al truque o a la goma, sola, en el pasillo de casa. 


Veranos, en su inmensa mayoría sin la compañía de mis amigas del colegio, que veraneaban en los pueblos respectivos de sus padres. ¡¡¡esto de no tener casa en el pueblo era muy triste!!!. 

Paláh.

Domingo de julio a la hora del vermut y con las llaves del coche en la mano barajo varias opciones:

a) A misa de 12 ya no llego. Pobre "hermanita campanera" tampoco ha llegado el momento de ponerte cara, ¡Otra vez será, hija mía, tan sólo eres una oveja descarriada más!.
b) Dirección sur y hasta que el cuerpo aguante. Con música de Revolver para amenizar el viaje. Tentador, pero no es el momento.
c) Ir de vivero. ¡¡Si!!, tengo que reponer espécimenes caídos en guerras perdidas, contra plagas implacables. Una vueltecita para despejarme un poco y esta tarde podaré los papiros, que me están pidiendo a gritos que les meta mano.

Me agobian un poco los perfectos macro-centros de jardinería que proliferan en los límites de la capital de reino. Economatos de belleza encorsetada, caros, llenos de gente (a veces te encuentras con viejos amigos y eso tiene su encanto), pero hoy no, necesito meditar al arrullo de los olivos.

Me voy a mi vivero favorito, por lo cercano, los recios y concisos consejos del hijo del dueño, sus precios y su paz.

Glorioso, sin más. Llego, aparco a la sombra, cierro el coche. Vuelvo abrir. Me he dejado el bolso dentro. ¡Que cabeza tienes hoy, bo-ni-ta! ¿con qué pensabas pagar? ¿con tu sentido del humor? , eso no es moneda de cambio. Repasas mentalmente si no te has olvidado de nada más en casa. Como no te fías ni de ti, miras dentro: "Si, llevas la tarjeta de crédito y además algo de efectivo. Tampoco necesitas gran cosa, será cosa de poco!, Ja, si, jaja, como siempre".

Glorioso de nuevo. Sólo hay una parejita eligiendo trepadoras. ¡Incautos! os invadirán antes de que os deis cuenta. Hibiscus de bellas flores...

El resto del vivero es sólo para mi. Sólo mio.

Me paseo por sus diferentes secciones. Lo tengo claro: nada de enanitos de piedra, Blancanieves sedentes, parejas de niños, dándose besos eternos, como eterna es la piedra que los alberga.

Glorioso silencio. Sólo roto con mis decididos pasos sobre el suelo de madera del área de plantas de interior. Encima de mi, los pájaros pugnan por abrirse hueco entre el  imperfecto techo del invernadero acristalado.

Huelo con frenética pasión. Es una delicia. Todas esas plantas me miran y suplican: "Llévame contigo a casa, quiero formar parte también de tu vida". Eligo una magnífica violeta africana. "Si,  preciosa, te vendrás a vivir a mi salón, con tus hojas carnosas y tus flores de terciopelo. Me deleitaré en tu belleza serena".



La albahaca recibirá con su aroma al que llegue, porque irá a la entrada de casa, acogida entre la rocalla, protegida del sol: "para que no te abrases, pequeña".

Unos cuantos geranios. Blancos, no podían ser se otra manera. Vamos a darle otra oportunidad al ebonibus, quizás resista junto a su compañero.

¡Cuanta paz, cuanto silencio! Sólo el sonido de los goteros. El aire moviendo las palmeras. La cigarra cantando y el balido de las ovejas de la finca cercana, con el coro de gallos, para que no falte de nada.

"Venga, vuelve al día día". Sólo ha sido un oasis en medio de la llanura castellana. "Vuelve a casa. Planta vida. Dota de color el gris del solitario atardecer. Distribuye, planta, riega. Da la única vida que puedes dar ya".

A la vuelta paro para dar de comer a mi amigo. Cinco jóvenes salen de un Focus azul oscuro, llevan cara de cansancio mezclada al 50% con la risa. Pantalones vaqueros cortos, camiseta blanca y pañuelo rojo al cuello. Me miran. Les miro divertida. Ya se de donde vuelven. Se lo que han estado haciendo a las 8 de la mañana.
¡Gora San Fermín!

domingo, 8 de julio de 2012

Cosas que no se deben hacer... en la vida.

Hay varias cosas que no se deben hacer, por mucho que tengas ganas:

- Tomar patatas bravas con Moët & Chandon, queda de lo más hortera y si encima proclamas a gritos que es lo que estás cenando, para que todo el vecindario de patio se entere, queda de lo más ordinario, por mucho que seas un espécimen de nuevo rico, a extinguir.

(no me lo estoy inventando, es que todavía no he salido de mi asombro desde el sábado por la noche).

- Podar sin guantes, te destrozas las manos y las ampollas que te hacen las tijeras de podar, tardan días en quitarse.

- Acercarte a un avispero, intentar un desahucio con las inquilinas dentro, cabrearlas bien cabreadas y pensar que no te van a picar todas. Es aún peor si llevas camiseta con tirantes y escote, porque la que consigue meterse dentro...¡¡como escuece la picadura que tengo en...!!

- Sentarte en la hierba a tontear, con pantalones blancos..., la mancha no sale ni con Kalia, por mucho que en los anuncios parezca que si. ¡Mentira!.

- Esperar a que tu santo te ayude con las tareas de jardinería, aunque lo hayas dicho 30 veces en los últimos 3 meses. ¿No querías casa con jardín? pues ahora te apañas solita, guapa. Te encaramas a la escalera y a disfrutar de las vistas. Y te dedicas a plantar geranios, que para eso dices que te relaja el contacto de las manos con la tierra.


- Cocinar para la prole, aunque te duela la espalda y lo único que te apetezca sea empastillarte+tumbarte y esperar a que alguien te de las gracias y te diga que está rico. Es más fácil esperar que el "yogurazo" de la ofi tenga un gemelo.

El etc, podría ser larguísimo, pero hay cosas que se que no se deben hacer, pero las sigo haciendo, porque soy así de chula.

Y como dice mi amiga A.: "hagas lo que hagas, ponte..."

martes, 3 de julio de 2012

La fuerza del amor.

El amor en la adolescencia, se vive con la misma intensidad, firmeza y dramatismo del mejor de los partidos de futbol, finales de liga, copa, recopa, champions y no se cuantas cosas más, que para eso no soy nada futbolera.
Los desplantes hacia el amado son ofensas personales contra cada célula de tu cuerpo. No entiendes que tu familia no le vea como al ser más maravilloso entre los mortales, que es exactamente como le ves tu, a todas las horas del día y de la noche.
No ves sus defectos y si los ves, los disculpas. No entiendes que tu adoración,  no sea la adoración de todo ser viviente hacia esa persona llena de ternura, cariño, simpatía y otras viturdes divinas y humanas. 
Lo terrenal, lo inmediato es lo que vale.
No puedes pensar en el mañana, porque el mañana está muy lejos a los 19 años. No puedes pensar en que será el futuro, porque el futuro es este preciso momento.
Cuando, adolescente, oía eso de "juventud, divino tesoro", sonreía y pensaba que menuda panda de ...., si de eso, precisamente.
Porque el verdadero tesoro de la juventud está en creer y en hacer, que lo que realmente importa, es lo que tenemos en el presente. Los recuerdos, no son importantes, son cosas de hace 2 días. Y la infancia, es esa etapa tonta, que estabas deseando abandonar para convertirte en mayor y poder hacer lo que quisieras.
Esa fuerza, la que te da el amor de juventud, es el motor de muchos. El motor que tenemos para seguir día a día.
Porque a tu madre se le ha olvidado cuando cantaba y sentía esto: 


Recuerdale, porque no hace tantos años que vivió lo que tu vives ahora, cuando era a ella a la que la negaban lo que hoy te niega a ti. Cuando decidió que lo que quería y a quien quería era lo que valía para ella y para todos.
No dejes que la rabia de la situación se apodere de tus nervios. Lucha por retener lo que otros pierden con el tiempo. Ánimo, le pese a quien le pese, ya sólo eres una niña en nuestro recuerdo.