viernes, 30 de noviembre de 2012

Incongruencias.

Las que vivo a diario hacen que me debata en una guerra continúa entre lo que me pide el cuerpo y lo que me impone la cabeza.

Por las mañanas, me debato entre si me levanto o no cuando suena repetidamente la alarma del móvil. Me lo pienso, invento mil excusas más que razonables, pero finalmente me levanto.

Mientras me visto, pienso que no pasaría absolutamente nada si me tomara el día libre. Podría hacerlo, pero mi insano sentido de la responsabilidad se disipa mientras me enfundo en capas de ropa. Una vez que tengo los zapatos puestos ya no hay marcha atrás: hay que salir a la calle.

Mientras meto la llave en el garaje procuro no pensar en lo infinitamente bien que estaría en la cama, abrigada, calentita, sin tener que moverme. Sin tener que luchar contra el tráfico. Pero todas las mañanas salgo de casa.

Según llego al trabajo me van creciendo las ganas de darme media vuelta. Mejor no pensarlo. Mejor dejarse arrastrar por la rutina, porque si me lo cuestiono acabaría desertando.

Hay veces que me dan ganas de tirarme a la yugular a los que tengo cerca, pero socialmente estaría muy mal vista y además creo que sigue siendo medio delito. Y así me paso el día.

Me apetece hacer otras cosas en lugar de las cosas que tengo que hacer.

Vivo en constante yuxtaposición de valores. En el complicado y a veces imposible equilibrio de la balanza.




En el quiero pero no debo. Unas veces me inclino más hacia un lado, otras me desvío irremediablemente hacia el otro. A veces, me dejo arrastrar conscientemente y no me importa lo más mínimo estar en el extremo.

En el punto medio me encantaría vivir, pero no puedo, como no puede hacerlo el resto de la gente. Nadie es perfecto, nadie hace siempre lo que quiere. Nadie es imparcial totalmente.

Hay cosas que hago, que sigo haciendo, aunque maldita sea la gracia que me hacen.

A veces, esa lucha constante entre el bien y el mal, me quema y me desgasta de forma suprema. A veces no soporto los debates entre el angelito bueno y el angelito malo que tengo sentados sobre mis hombros, uno a cada lado, que en realidad forman parte de mi.




Vivo, vivimos sujetos a normas sociales, que nos encorsetan, que nos limitan, que nos imponen. Mil veces he oído que sin normas, viviríamos en el caos. Así que es más fácil, más cómodo, menos problemático, trasladar ese caos de la dualidad al interior de cada uno y que cada cual libre sus propias batallas.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

En mi propia burbuja.

Un día entre semana de cualquier semana en las que anochece antes que las ganas de irse a casa. Miro y pienso con cierto sarcasmo que es ¡¡¡Mentira!!!! si leo en un cartel de tráfico que engaña diciendo: 
"TODAS DIRECCIONES".
Un error en el carril en que te colocas y ya no puedes ir a donde querías llegar. 
Los coches tienen prisa por llevar a sus ocupantes a casa, se está haciendo tarde, ya hay ganas de pantuflas y mando de la tele. Ya apetece desmaquillarse y quitarse el unifore de chica responsable, despojarse de la ropa y sentir la comodidad de un suave roce de lana sobre la espalda desnuda.
Quiero volver a caminar descalza sobre la madera. Necesito tener libres también mis pies. Quiero soltar el bolso que lleva una tonelada de absurdeces dentro y quiero hidratar mi seco cuerpo.
Propósito de enmienda: tengo que beber mucha más agua.

El tic-tac me abruma. Menos mal que mi propósito de enmienda empieza a partir de mañana, sino, ahora tendría un serio problema de logística. Estoy metida en un atasco. 


Hasta donde se pierde mi vista veo luces rojas que me preceden, varios kilómetros de coches delante del mio, taponando el asfalto.
Subo la música y canto, para que no pueda escuchar a mis pensamientos. Quiero que la voz que oigo constante en mi se calle por hoy. Quiero que se dedique a cantarle a mi ánimo. Sin pensar en nada más por el momento. Sin revivir los nervios y el ajetreo de un día diferente.
Miro a mi derecha y otro habitante del planeta me devuelve la mirada de hastío que yo también debo proyectar.
Miro a mi izquierda y una pareja, con caras de reproche mutuo, me dan una pena inmensa. Para eso, mejor viajar sola. Aquí, aislada entre tanta gente me siento en mi propia pecera. Calentita dentro, mientras que fuera, casi hiela.
Avanzo unos metros. La luna llena me mira desde lo alto. Seguro que piensa que somos tontos por perder nuestro precioso tiempo en ir de un lado al otro, atravesando medio mundo, para ir al trabajo, para volver a casa.
Al menos hay un sitio al que ir. Al menos hay un sitio al que volver.
Avanzo un poco más. Un camionero, desde lo alto de su torre, mira a lo lejos resignado. Muchas horas, muchos kilómetros por delante, muchos ya a sus espaldas. Como un caracol con su universo a cuestas.
Un impaciente trata de ganar un espacio delante de mi. Le dejo. ¡Qué más da!. También va a tener que frenar como yo, en breve.
Pienso en la alfombra de luces rojas que ven mis cansados ojos. Parecen luces navideñas. Al fondo, la nota discordante de unas luces azules (el origen del retraso). Pienso en cuanta gente estamos solas demasiadas horas al día, sin más compañía que nosotros mismos enfrentándonos a nuestros fantasmas. A las preocupaciones que viven con nosotros a cuestas, a la evocación de cosas maravillosas en silencio, a la última bronca vivida, a lo que nos espera cuando lleguemos a nuestro destino.
Me recreo planificando lo que voy a hacer cuando llegue. Me recreo recordando parte de lo vivido. Me adelanto en el espacio y en el tiempo y ya estoy haciendo la última maniobra del día.
Pero, no debo perderme en ensoñaciones, el cansancio hace que tenga vida propia mi imaginación. No, aún no he llegado. Aún queda un rato.
Trato de estirar mis músculos agarrotados, sin apenas mover un milímetro de mi cuerpo. La espalda me está matando. Se me empieza a dormir un pie. Un bostezo y mis ojos se empañan.
Freno de mano. Cambio de música. Sigo casi parada.
Miro las casas que hay a mi alrededor. Veo las luces que hay dentro. La gente preparando la cena en su cocina, con las persianas levantadas. La vida de otros que me dejan ver parte de su vida cotidiana. Las luces de sus habitaciones me recuerdan que hubo un momento que tener eso era lo único que anhelaba. Tener vida propia. Independencia. Una casa. Dar a la llave de la luz e iluminar mi propia estancia.
¡Estoy tan cansada!
Poco a poco me acerco. Ya no falta casi nada. Se despeja un poco el tráfico. Imprimo velocidad a mi prisa.  Me desvío en mi salida. Me adentro sola en un tramo de oscuridad obscena. El resplandor de las luces queda un poco lejos. El cielo despejado me regala miles de estrellas para mi sola.
Por fin estoy llegando a mi pueblo. La luz artificial se abre paso ante mi mirada. Un poco más y ya llegas. 
Abro el garaje. 
Paro el motor.
Por fin he llegado.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuando se atesoran tesoros...

Hoy he rescatado del olvido, un tesoro: mi colección de láminas de David Roberts, compradas a las 7 de la mañana en Deir-el-Medina, una mañana de mayo. Entre ellas, está la de Abu-Simbel y Philae, sin lugar a dudas mis favoritas.

¿Cuantas cosas guardamos como si fueran tesoros? cuando para los demás son simples objetos sin valor ninguno.

Yo guardo, como únicos recuerdos de mi abuela materna (todo un carácter de mujer a pesar de ser muy pequeñita), sus agujas de hacer ganchillo y la mantilla negra con la que se casó con mi abuelo. Es mi forma de mantenerme unida a ella, la conexión que mantengo para seguir de alguna forma juntas, ahora que hace muchos años que ya no hay otra forma de unión.

Guardo en el primer cajón de mi mesilla de noche, un bote de cristal con arena de la playa donde pase las primeras vacaciones de verdad de mi vida. Con tapón de corcho que levanto para oler de vez en cuando a mar.

Guardo el primer biberón que di a mi sobrina, cuando sólo tenía unas horas de vida, el mini-chupete de prematura de mi hija y mi plegaria escrita que estaba en su incubadora, la pinza del cordón umbilical de mi hijo. La primera ropa que se les quedó pequeña.

Guardo como un verdadero tesoro, la felicitación navideña que nunca me atreví a enviar. Una gran vela cuadrada blanca que nunca he llegado a encender. Una servilleta de papel de un bar que dice que vale por un deseo por haber llegado puntual por primera vez en la vida. La pinza de una tarjeta de un ramo de flores enviado para mi, al trabajo.

Atesoro puestas de sol con manos entrelazadas, el sabor de lágrimas que no se debieron derramar, la imagen de la primera sonrisa de mi niña, la primera vez que oí como mi hijo me llamaba mamá, la suavidad de los labios que me dieron el último beso de amor que he recibido. Me aferro a la calidez de los abrazos de mi madre cuando yo era pequeña y estaba enferma, al elogio dicho por mi padre sobre mi forma de conducir. Al "eres una luchadora" que me dice mi hermana siempre que tiene ocasión y al "...y tu hija es como tu", que suele apostillar.

Me agarro al tesoro que supone la voz de los amigos, sea cual sea el medio en el que se transmite. No suelto el brillo de la luna que me sonríe cuando no soy capaz de dormir. El sms de ánimo de un amigo, cuando pasé por el peor trago de mi vida.

Guardo como un auténtico tesoro, los pendientes de plata que me regaló un "admirador" de juventud. El primer cuento que gane en el colegio por hacer bien mis tareas, mi primer cuento, lo primero que nadie me compró, pero que gané con mi esfuerzo.

Guardo como un premio, las entradas de cine de la última película y las de la primera con mis hijos. Tengo entre algodones pequeñas cosas, cosas sin valor, de inmenso valor en mi vida. Las que lo dotan de sentido, las que las miras y evocas los mejores momentos.

Tengo, como si fuera la mejor piedra preciosa del universo, una amatista al lado de mi cama, que es lo último que miro antes de dormir y dar por cerrado el día.



Tengo muchas cosas, pequeñas y a la vez infinitas. Tengo sangre recorriendo mis venas, oxígeno que entra y sale de mis pulmones. Tengo ilusiones, tengo sueños, tengo esperanzas. Tengo el cariño que recibo, tengo amor que atenaza el corazón, tengo tiempo para dar y para compartir, aunque a veces parezca escaso.


Tengo abrazos de niño, tengo besos dados con el alma.

Tengo vida y vida a mi alrededor. Tengo tesoros que no valen nada, que lo valen todo. Y tengo suerte, la suerte de saber valorarlos.

jueves, 15 de noviembre de 2012

La caja de galletas.

Hay una caja de galletas llena de fotos en blanco y negro. Una caja que sigue guardando como un tesoro dulce, fotos de quien ya no está. Fotos en blanco y negro. Fotos de quien llegué a conocer, pero tengo aún vagos recuerdos cosidos en el tiempo de la memoria. Gente con la que nunca coincidí en el tiempo, pero que forman parte de mi historia.
Mi particular caja de galletas no tiene fechas, no tiene nombres. El tiempo ha hecho que se borren los recuerdos, que no sea capaz ya identificar a muchos de sus protagonistas.
Gente que vivió, amó y odió a partes iguales. Gente con aspiraciones en la vida, con ilusiones y con desencantos. Personas que trabajaron muy duro, que sufrieron y que también rieron y lloraron.
Son desenfocados testigos de la vida en un momento y en un lugar determinado. Imágenes de casas, de paisajes, de enseres, muchos de ellos que ya no existen. Porque el tiempo ya los ha arrasado.
En todas las casas con desván deben de albergarse cajas de galletas como la mía, estoy segura. También en los altillos de los armarios, como mudas presencias de lo que ya no está presente.


Envueltos como tesoros del pasado. Olvidados en la marea de lo diario. Hasta que un día, abres las puertas y te vuelves a topar con esa parte de tu familia.
Miradas tristes, miradas alegres. Miradas de sueños ya caducados. Niños que ya no son tales. Abuelos que hace tiempo dejaron de escribir cartas desde el pueblo.
Cuando yo pase, cuando ya no sea ni siquiera historia ¿Irán mis fotos también a la caja de galletas del desván de la vida? ¿alguien guardará mis recuerdos? ¿quién guardará mi imagen?
Si no puedo dejar de escribir, porque mi mente no descansa en el silencio y habla y hablar sin parar y esas palabras tienen que cobrar vida, porque no puedo dejarlas morir ni caer en el vacío del olvido, ¿se guardará por mucho tiempo los cambios que de mi aspecto va haciendo ese mismo tiempo?
Cojo una al azar, están desordenadas. ¿Quién es quien me mira con esos ojos mudos?
Son retazos de comidas campestres, de reuniones de extensa familia. Instantáneas del día a día. Fotos de camisa de cuadros y bota de vino peleón. Fotos de bodas, bautizos y comuniones.
Algunas son lo único que queda y cuando se pierdan, se perderá todo.
Mientras yo las tenga, estarán a salvo. De vez en cuando cobran vida, vuelven a la luz. Cuando cierro su tapa, vuelven al silencio del pasado.
No son más que papel. Raros tesoros sin precio. Tesoros que no son tales, porque mi caja de galletas no existe.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

Chimenea.

Sábado por la mañana. Abro la ventana de la habitación  aletea mi nariz percibiendo el olor a leña quemada. 
Con la llegada del frío, los fines de semana se encienden las chimeneas. Olor a madera, olor a antiguo, a pueblo de Castilla. Olor a calidez de hogar.
Cierro los ojos y me transporto frente a mi imaginaria chimenea encendida. La del eterno fuego chispeante.
Sentada frente a él, rememoro la ancestral atracción del ser humano por el fuego, por dominarle.
Vida y destrucción en comunión perpetua. Calor frente al frío. Luz frente a la oscuridad.
Me imagino en mi cueva virtual, encerrada, ajena al resto del gélido mundo.
Fuera, el frío, la nieve, el viento. Dentro, yo, acurrucada frente al calor de la chimenea, envuelta en amplio arrullo de lana, tacto suave, muy suave, que se desprende lentamente, sin prisas.
Pasan las horas, el fuego y las llamas no paran. Al contrario, se incrementan. No cesan. No ceden. No cambian. Pero a la vez, si se transforman. Van quemando el tiempo. Y el aire de mis pulmones ayuda a revivir esa llama constante.
Giro lentamente mi cabeza. Miro la ventana que tengo a mi espalda. La última luz del día, previa al anochecer proyecta sus haces sobre el muro. Suspiro y vuelta a las llamas.
Nada pasa, todo sucede, pero ese todo está ahí fuera. Y yo estoy aquí dentro, a cubierto del daño. Protegida. Cálida.
Ha transcurrido la tarde. Se ha adueñado la noche de mi cuerpo. Primero sentada, luego tendida en el suelo. Frente a mi, la chimenea.




Entorno los ojos primero, después los cierro. Y duermo. Y sueño.
Sueño con días de invierno. Con largos paseos por el campo que terminan siempre con vuelta a casa.
Con días y noches de leña de encina en continua consumición. El olor de la madera de pino, distinto, diferente al olor de la madera de cerezo silvestre. Ni siquiera sus llamas son las mismas llamas, nunca arde igual si la madera es diferente. Esos matices de luz, esos matices en el olor a humo que se cuela dentro, que queda en perpetuo grabado.
Sueño con cenizas, en brasas de constante resurgir. Una y otra vez, alimentadas por la esperanza del día a día.

martes, 13 de noviembre de 2012

Mis limites.

Me he planteado muchas veces donde está mi límite, hasta donde puedo aguantar. Cuales serian las situaciones que me pondrían a prueba, que me harían decir "basta ya, no puedo más".

Muchas veces me he planteado si yo sería capaz de..., siempre he pensado: "puff, si a mi me pasa eso, me muero"; pues no, luego la vida te va poniendo obstáculos y eres capaz de superar cosas que no hubieras ni imaginado.

Como todos, tengo algunos unos máximos y unos mínimos difíciles de superar y luego hay otra serie de ellos que tampoco tengo especial interés en ir superando. ¿Para qué?.



Hace tiempo pensaba que menos de ocho horas de sueño al día era mi barrera para sobrevivir, que por debajo de eso, me moriría, que si no pudiera dormir por las noches, no iba a poder con mi alma durante el día. Y luego, te encuentras con poderosas razones que hacen que modifiques tus hábitos de sueño y que con un poco de suerte duermas cinco horas diarias, a veces seguidas, a veces no. Al final, te terminas acostumbrando a la falta de los brazos de Morfeo y te despiertas sin necesidad de despertador. Vas tirando, unos días mejor que otros, pero a todo, absolutamente a todo,  se acostumbra una.

Con otras cosas menos transcendentales me pasa igual, por ejemplo, con las cervezas, mi limite es UNA ÚNICA CERVEZA (Greemberger si es posible, por favor y si no hay, nos conformamos mi cuerpo y yo con Judas o Coronita, pero por necesidades del guión, ojo); por encima de eso, me entra una sonrisa fraternal, me vuelvo excesivamente locuaz y muy, pero que muy sincera y eso a veces es un peligro. Vamos, que un par de cañas y se me suelta la lengua que es un primor. Y no siempre es bueno tener la lengua sueltecita.

Y no vale como excusa que haga calor, tener sed, etc. Una única cerveza y es de obligado cumplimiento que me plante y no beba ni una más. Y punto.

Otro de los límites que pensaba que tenía instaurados e interiorizados es el de la paciencia. Bonita virtud. De hecho creo que es la única en la que soy vagamente virtuosa. Puedo esperar pacientemente lo que haga falta, con tal de conseguir lo que quiero.

Hay otra variante de la paciencia, que es mi supuesta paciencia con los niños. Hasta mi madre, "mamá J." me dice: "Hija, que paciencia hay que tener con ellos" y es que mis niños son muy movidos. Y ahí discrepo, porque la paciencia la pierdo según van pasando las horas y si además se une que tenga hambre, ni paciencia ni gaitas. Me vuelvo dragona total. Y punto (otra vez).

Otro de mis límites es la resistencia física, con los años va a menos, pero es que una se va poniendo muy mayor y con niños pequeños, se nota, pero mucho. Me canso, me cansan, más bien, me agotan.

Dentro de este límite tengo un apartado especial para la resistencia al dolor. Todos tenemos nuestro umbral de sufrimiento, el tope de lo que ya no aguantamos. He conocido gente dentro de toda la gama posible y no me considero ni mucho menos que esté en el top ten de la lista, si es cierto que con los años me voy volviendo más vulnerable (debe ser la extensa experiencia personal) y tolero menos cosas. Vamos, que me estoy volviendo una blandita con los años.

Otro límite más para mi, son los gritos. Aguanto que me digan cualquier cosa, que las críticas sean constructivas o de lo más destructivas, pero si el tono sube de determinados decibelios, no puedo. Aguanto muchas cosas, pero que nadie me grite, porque entonces estallo, a veces, a llorar, soy así de tonta. A veces, soy capaz de gritar hasta dañar el tímpano del contrario.

Pues ya está, ya creo que tengo la lista más o menos completa y ahora si: ¡¡¡unas cañitas, por favor, que tengo sueño!!!

lunes, 12 de noviembre de 2012

Mi lugar favorito.

Eres sin lugar a dudas, el lugar donde me siento cómoda, mi sitio en el mundo cuando no encuentro acomodo en ningún otro sitio.
Me enamoré de tu color, de tu suavidad y de tu frío. No eres el lugar más acogedor ni el más cómodo de la casa, pero es donde me siento, cuando necesito pensar o hablar, a veces sola. 
Has sido punto de encuentro, a veces eres mi refugio. Eres un lugar para compartir.
Hasta ti llegan los gritos y las risas, las llamadas de auxilio y las conversaciones entre juegos. Eres cruce de caminos de llantos y de peticiones. De deseos y palabras, a veces perdidas.


Cuando la última luz de la tarde se filtra por las ventanas y su reflejo se proyecta en tus paredes, dependiendo de la hora, dependiendo de la estación del año, recuerdo como fui viendo cuando te hacían, te vi desnuda de revestimiento, vi tu interior de hormigón, tu columna, tu forma original.

Te soñé terminada, te quise desde el principio. Me costó años tenerte y ahora, no renunciaría a ti, porque cuando tienes que decidir el lugar donde vivir, si tienes la inmensa suerte de poder elegir y te puedes dejar llevar por el corazón, hay cosas que te pueden hacer que te decidas, la ubicación, la luz, el espacio... o simplemente una escalera.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Geordie Shore.

Si no tienes nada mejor que hacer después de cenar, o puedes leer un buen libro (siempre suele ser una buena elección) o puedes ver la tele.
Desde que proliferan canales de todo tipo, hay para todos los gustos, para el mio, creo que la mayoría con muy poca calidad.
De los muchos canales que tenemos casi todos disponibles hay programas interesantes, culturales, buenas películas (las menos) y algunas cosas que no se muy bien como etiquetarlas.
Con la costumbre del zapping en la mano, cambiando canales me he topado con una cosa cuanto menos pintoresca: "Geordie Shore" (versión británica de la "original" Jersey Shore) y la versión spanish: "Gandia Shore".
                                         

Pensé en un primer momento que eran actores, que no se puede ser realmente así, pero esta mezcla entre "Gran Hermano" y una variante de "Mujeres, hombres y viceversa", es o para reírte (y mucho) o para llorar viendo como va esto de la raza humana.
Para quien no lo haya visto, lo recomiendo en una única y pequeña dosis (una vez visto 20 minutos del programa, ya lo has visto todo, literalmente). No quiero ni mucho menos influir en la opinión de nadie, pero ellas son..., siendo muy, pero que muy fina, unas "chonis poligoneras" y ellos, simplemente tienen el cerebro en el único sitio con riego sanguíneo.
Los diálogos son profundos, profundísimos, vamos, una cosa como para aprendérselos de memoria. Y si le ves el lado jocoso, te da para reírte durante días.
Lo malo es que son reales, que hay gente así por el mundo, que son únicas preocupaciones son las básicas y que no dan más de si.
Me asusta, porque son no una especie en extinción, son una especie en expansión. Sólo tienes que darte una vuelta por cualquier punto de reunión juvenil (botellones incluidos) y tienes espécimenes para aburrir.    
No es una crítica desde el lado puritano, porque nada de lo que he visto me ha escandalizado, pero si que me preocupa porque es el reflejo de un modelo de gente joven, con un nivel cultural ¿bajo? quiero decir muy básico y muy superficiales.
¿Que se lo pasan bien? pues eso espero, que también hay que disfrutar en la vida. Pero...                    

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Estoy criando un par de presumidos.

Ya se que es pasión de madre y que no soy nada objetiva, pero mi "rizos" es un guaperas en potencia. Y lo sabe.  Lo tiene asimilado y se lo tiene creído.
Después del baño, le gusta mirarse en el espejo, se sonríe a si mismo y se dice: "Guapo".
Vamos, que tiene una modestia que no puede con ella.
Con su albornoz puesto y el pelo mojado, repeinado hacia atrás y sonriendo, está arrollador.
Si, ya lo se, ya se que es pasión de madre. Vaaale, si, lo acepto.
Cuando hay que reponerle ropa, porque los pantalones le quedan tobilleros y las mangas de las camisetas, le quedan como si fueran todas manga francesa, le pruebas la ropa nueva, se mira y dice que está guapo.
Y mi muñequita, desde que la llevamos a la peluquería y tiene flequillo y coletas, se queda quietecita para que la peines y estar toda bonita. "¿Estoy guapa?", me pregunta y claro, solo puedo decir la verdad, o sea, si, claro que si.
Si la pones una chaqueta, se pone toda contenta cuando la dices que está preciosa y me pide las gafas de sol, para ponérselas, ya que según mis hijos son las gafas de guapo (?).
Se que yo estoy potenciando que hagan eso, pero hasta que sea desbancada en el corazón de mi "rizos" por vete a saber quien, me gusta que antes de dormirse me coja la cara con sus manos, me mire desbordante de cariño y que después de decirle lo guapo que es, me responda con un: "guapísima", esta vez sin pedirme nada a cambio. Y a dormir.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Matices.

A pesar del frío, de que anochece cuando aún queda media vida por vivir, a pesar de que la humedad se cala en mis huesos y me entumece. A pesar de que hay más de triste que de alegre en todos y cada uno de los días que forman parte del otoño, si hay algo que me maravilla: la inmensa paleta de colores que la naturaleza nos brinda cuando llega el frío.

Los árboles parece que se despiden de la vida, dando lo mejor de si, como si del canto del cisne se tratara, antes de perder parte de su identidad, de enfrentarse desnudos al invierno.
A veces la niebla, frecuente donde vivo, antes más que ahora, envuelve sus copas y al desparecer, desvela tonos amarillos, rojizos, variantes de marrones, verdes apagados y húmedos troncos de chopos y acacias.
El olor de las hojas mojadas impregna el ambiente, más silencioso que de costumbre.
Paseos mudos, en mis antiguos amaneceres de pesca sin prisas. El crujido de las hojas al romperse bajo mis pies, arremolinadas por el viento y el tiempo.
La humedad y la imagen de la lluvia amarilla de hojas amarillas, desprendiéndose por la impuesta cadencia de las intermitentes brisas otoñales.
Caminos en el monte, que quedan tapados. Cubiertos por un manto marrón. Por un manto de muerte nervada y seca. Ocultos hasta que llegue la nieve y lo cubra  todo. 
Ahora vuelvo a subir a Fuenfria. Me tapo bien. Incluso en mis recuerdos, recuerdo el frío, el sonido de las hojas. Las piñas abiertas después de haber pagado a la tierra su tributo, desparramadas por el suelo.
En mi memoria vuelvo a subir por la calzada romana. Me pesan las piernas y más las botas. Miro a mi alrededor. Mis dedos vibran al acariciar el musgo sobre la piedra.
Miro las copas de los árboles que me rodean. Ya casi nada es verde. Giro 180 º y vuelvo sobre mis pasos.
Amarillo, marrón, anaranjado. Así quedó en mi memoria. 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Nos hacemos mayores.

En los últimos tiempos es habitual que las discográficas de los cantantes, faltos de la inspiración de Euterpe, lancen recopilatorios remasterizados.

El último que ha caído en mis manos es el de Eros. Suspiros de añoranza se han oído en mi coche, cuando a ritmo del limpia parabrisas canturreaba letras que ya cantaba en mi época del instituto, allá por 1988.


¡¡Madre mía, como ha pasado el tiempo!!

El pimpollo este en cuestión cuando era joven estaba lo siguiente a buenorro, o eso era lo que pensaba por aquella época. La revolución hormonal de la adolescencia creo que hizo el resto para forjar esta opinión. Posters con su cara estaban colgados en mis armarios, para disgusto de mi madre.

Ya se que en esto, como en todo, hay opiniones y que los ídolos musicales de mis años juveniles no son ni mucho menos los de los jóvenes de ahora. Es lo que tienen las modas, que van cambiando. Y te termina por gustar lo que está de actualidad en un determinado momento. A los que fueron jóvenes cuando irrumpieron The Beatles o los Rolling...("pero es que yo no había nacido todavía", como le digo a veces a mi santo, sin ser por ello mala, jejeje).

A este mozo le he hecho el seguimiento (musical, claro) a través del tiempo. Se casó, se convirtió en padre, se divorció. Ahora tiene otra pareja. Se ha hecho mayor, ha pasado por diferentes etapas de la vida y ahora luce unas canas en las sienes de lo más interesantes. Me sigue pareciendo muy atractivo. Mantiene, para mi gusto, cierto encanto en la mirada.

Yo también he pasado por algunas de esas etapas de la vida. También tengo canas. También me he hecho mayor.

Mientras escuchaba esta canción (varias veces) pensaba que algunos hombres, según mi punto de vista, envejecen muy bien, como el Sr. Newman (Paul) que mantuvo unos increíbles ojazos azules que le hacían ser de lo más atrayente. O mi amado George (Clooney). Otros, no. A otros los ves y piensas: "puff, como se estropean los cuerpos".

Lo que no cambian son los sentimientos, cambian los actores de la película. Pero hoy, igual que hace años, vuelvo a suscribir letra por letra. Sólo ha cambiado el centro de la diana. Y aquí sigo, canturreando una vez más lo que ya canté hace años, sintiendo lo que todos alguna vez hemos sentido.

Gota a gota.

Llegas y te vas. Eres intermitente, pero dejas tu huella. Me has acompañado en la noche, tu sonido ha mecido mis sueños. Mi descanso se ha interrumpido, en el silencio te seguía escuchando. Y aquí sigues.


Me he dormido contigo, me he despertado y ya no me has abandonado.
Estás allá donde mire. Me acompañas allá donde vaya.
Eres fuente de vida, estás también en mi. En exceso destruyes.
Te admiro y te temo a partes iguales.
Si me abandonaras, moriría, pero si me rodearas y no me dieras libertad para moverme, también.
Eres capaz de crear  lo más bello, también arrasas con todo cuando te lo propones.
Pareces inocente, en pequeñas dosis, pero a veces eso es sólo apariencia. Estas lleno de fuerza, aunque a veces te creas débil.
Empapas todo con tu presencia y en tu ausencia, todo lo bueno muere. Si te vas, sólo queda un vacío, vacío de humedad y de silencio.
Nada como tu sonido, que me inquieta y me alegra, si llegas suave y lento.
Miro como te estrellas contra el suelo, te filtras y humedeces la tierra que veré brotar más adelante. Poco a poco. Sólo es cuestión de tiempo y paciencia.
Lo se, así será.
Una detrás de otra, desde el inicio de los días, hace tiempo. Caes lento, caes con fuerza por momentos.
Necesito salir y que me mojes. Quiero sentirte en mi cara. Quiero que empapes mi pelo y mi ropa, aunque luego muera de frío.
Necesito beberte y que lo llenes todo. 
Quiero verte pasar por delante mío, sentir como mojas mis pies descalzos.
Eres el 80 % de mi. Eres la esencia de la existencia. Formas parte de mi universo acuático. Yo soy pez y tu, mi vida.

viernes, 2 de noviembre de 2012

¡¡Bruja!!

Me han llamado cosas peores, a veces hasta con razón y a veces, cosas mejores.
Me gusta ponerme disfraces, me gusta transformarme en lo que sólo soy en parte. Así que si, me he vestido con el uniforme oficial, pero sin escoba.
Con el maquillaje puesto podría irme perfectamente de aquelarre, pero no tocaba reunión de departamento.


Tampoco es que diera mucho miedo. Es infinitamente peor recién levantada y de mal humor, eso si que es para temblar.
Pero cada día hay una máscara, un disfraz que cambia según la hora, según el momento de la semana. A veces llevo el kit de trabajadora seria y responsable. En casa, la ropa cómoda de mamá. Por la calle, el disfraz de mujer invisible.
Pero como más me siento yo misma, es sin máscaras y sin disfraz.
Después de esto llegarán las navidades y me tienta sentirme "Rudolf". Ya se verá.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Como muerta en la bañera.

Así definía a veces su estado de ánimo, la sobrina del ex-director general de mi empresa, con la que coincidí en el trabajo hace ya unos pocos años. La chica no ejercía de "sobrina de" y tenía frases de lo más ocurrentes: "Esa está loca, tipo Rebecca", (para referirse a otra compañera), etc.
El "como muerta en la bañera" es una imagen que me parece de lo más propia para una noche como la noche de difuntos.
Cuando llega la medianoche y se inicia el 1 de Noviembre, me gusta releer  "El monte de las ánimas", de Gustavo Adolfo Becquer, basada en una leyenda soriana. Sigo sintiendo un estremecimiento y la sensación de que soy vigilada por alguien a quien no puedo ver. Y a partir de medianoche, intento no estar sola.
El miedo a lo desconocido, a la vida después de esta vida. Esos pensamientos que todos hemos tenido alguna vez...
Hemos importado la costumbre anglosajona de Halloween y hemos trivializado el miedo eterno a lo desconocido.


Nos disfrazamos de brujas, fantasmas, vampiros, monstruos y otros seres oscuros, tratando de reírnos de lo que probablemente nos da más favor que nada en este mundo. En otros países se celebra la muerte, tanto como la vida. En el antiguo Egipto, gracias a la muerte tenemos magníficas obras de arte y de ingeniería.
Hay quien la desafía a diario con su estilo de vida. Hay quien celebra el culto a los muertos con los dulces más ricos del mundo, una excusa como otra cualquiera para ayudar a digerir una realidad un tanto amarga.
Todos tendremos que irnos en algún momento. Todos tendremos que pasar por ello, mejor tarde que temprano.
Y como decía una amiga (la primera "gótica" con la que me crucé en mi vida): "Que tengas una buena muerte".