domingo, 26 de enero de 2014

Sólo "calma".

Sólo necesitaba "calma".

Y dejé que mis pasos vagaran por tu orilla.



Para que el frío helara mis huesos y mi culpa. Y que el viento ensordeciera el recuerdo de tus palabras.

Para que se congelara el corazón y el dolor de mis músculos no me dejara sentir nada más.

El gris de la tarde era el fondo perfecto para la espera sin respuestas, que sabía que no llegarían. Y los pasos sobre tierra yerma iban poco a poco insensibilizando el ánimo.

Pero aunque quiera negarlo, aún queda musgo verde que no se ha congelado.



Que resiste al frío y a la indiferencia. Que sobrevive a la distancia del agua, que ve pasar tan cerca y tan lejos. En el fondo, cada vez más lejos.

Necesitaba "calma" y levante mi cabeza. Y entre las nubes se abría paso.


Sin entibiar el escenario, pero aportando otros matices a la vida. El gris ya no es tan gris, pero tampoco es cielo claro.

Y ahora bajo la cuesta como si fuera una rivera tranquila de aguas mansas.


Sólo que el agua está helada. Y parece que vuelve a reinar la "calma".

viernes, 17 de enero de 2014

Floting.

Después de mucho tiempo me he decidido a hacer algo que necesitaba hacer.

Lo he pensado, he visto las opciones y sentido como la oportunidad y la necesidad se aliaban en mi camino para ayudarme a inclinar el platillo de la balanza hacia uno de los lados. El de la acción y no el de la reacción.

Era el momento de ponerse en marcha, de abandonar el sendentarismo y la autocompasión. De lanzarse a emplear el tiempo en algo más que a veces paseos.

Y después de mucho tiempo he vuelto a nadar. Ya no me importa ni mi imagen en el espejo, ni mi aspecto exterior. Después de muchos años, un poco más de la mitad de mi vida, llega la hora de pensar que hay que cuidar lo que queda en pie de mi.

Apenas un poco de tiempo, unos escasos minutos semanales, pero me bastan para empezar. Se que mi forma física necesitará de mucha paciencia. Y mi ambición sólo alcanza a cubrir los objetivos que me vaya marcando.

Es domingo por la mañana. La luz de otro día nublado y tristón atraviesa las cristaleras que circundan el gran vaso azul. Una ducha para tomar contacto con la temperatura, unos estiramientos y bajo despacio por la escalerilla.

La temperatura es perfecta. La primera sensación es agradable. Me ajusto mi gorro, respiro y lo que primero me sorprende es que vuelven los recuerdos de serenidad una vez sumergida, que una vez sentí. Sólo el sonido del agua y mis pensamientos.

Esa agradable sensación de aislamiento cuando vas avanzando, atravesando el agua. Sólo se oye el eco de mi propia voz interior, que me dice que tengo que controlar la respiración y el movimiento. Sincronizar, serenar mi ritmo, dosificar el esfuerzo y continuar avanzando, porque al fin y al cabo no hay motivo para no llegar la primera.

Ya no hay con quien competir, porque para eso estoy completamente sola en esta mañana. Y prefiero que sea así, por el momento.

Nadando de espaldas puedo ver como las nubes que hay al otro lado del techo de cristal permanecen inmóviles y yo soy quien se mueve. Veo la marca de las banderillas rojas. Sigo un poco más hasta llegar al otro extremo.

Paro un poco. Acompaso mi respiración al ritmo un poco acelerado de mis latidos. Los años no perdonan. Se nota que están muy lejos los 15 años.

Toca seguir. Y recuperar la técnica perdida. Suave. Despacio. Como me solía gustar hacer estas cosas. Ya no tengo que demostrar nada. Porque se que puedo y ahora es el momento de hacer algo por mi.

En la soledad del agua batida, soy más que nunca consciente de que ahora no puedo venirme a abajo. Si me hundo nadie va a venir en mi ayuda, porque no hay nadie más. Y aunque durante una fracción de segundo el miedo a perder el control, a dejarme llevar al fondo cruza como un rayo por mi horizonte inmediato, se que no va a suceder así. Aunque sepa que hay un par de metros de agua debajo de mi.

Sólo estoy yo y sólo consigo avanzar con lo que mi cuerpo y mi propio esfuerzo me permiten, aunque no sea mucho, aunque no sea de la mejor manera posible. Pero cada vez lo haré un poco mejor.

Son momentos en los que pienso que no voy a tener ayuda para llegar al otro extremo. Y estar cada vez un poco más cerca me da fuerzas para continuar.

Fin de la segunda vuelta. 

Paro un poco. Vuelvo a regular la respiración, que me cuesta controlar. Aún. No lo recordaba tan difícil. Pero eso era antes y ha pasado mucha vida mientras tanto. Ya no soy la que era, pero sigo siendo yo. Al menos, un poco más serena.

Me animo a mi misma. Hay que seguir. Y aprovechar cada minuto que me queda. Mientras pueda. Y no me arrepiento, porque tarde o temprano tendría que hacer algo así.

Respiro. Ya estoy lista para seguir. Que para eso soy pez.



O vieja tortuga que se mantiene a flote, mientras ve como otros peces nadan.

El tiempo dirá si mereció la pena lanzarse a la piscina.

lunes, 13 de enero de 2014

Bicho-bola.

Sábado. Once de la noche. Niños acostados y durmiendo a pierna suelta (esto último es literal, palabra).

Ya he terminado de cenar. No tengo nada que hacer. Me preparo un mojito con las pocas hojas de hierbabuena que resisten al frío en una maceta.

Saco una de las cajas de bombones y al cuerno con la operación bikini. Tampoco me sobran tantos kilos. Y hoy voy sobrada de autoestima. ¡¡¡Si estoy que crujo!!! (también es literal, porque cuando me levanto me crujen todos los huesos, palabra).

Cambio de canal para ver donde está la película más soporífera e insustancial. La elección está difícil, porque hay bastante donde escoger.

Me he bajado una mantita. Y entre las canas y la manta, parezco una abuela (o a mi madre, que es peor).

Empiezo a notar el calorcito y no se si es por que voy por el segundo trago, porque la casa siempre se mantiene a la misma temperatura, por la manta o por una extraña combinación de todas las cosas.

Me acurruco. Un poco más. El sofá abre sus brazos y me envuelve cariñoso.

Uhmmm.

¡¡Que bien se está sin hacer nada y sin pensar en nada!!

Un sorbito a mi bebida y me encojo un poco más.

Ya está. Conseguido.

                                    


Soy un auténtico bicho-bola. 

Paso así gran parte de la noche. Vienen a ver porque no subo a dormir. Ains. Cómo me gustaría pasar así tooooodo el fin de semana.

Pero va a ser que... NO. Cachis.

miércoles, 8 de enero de 2014

Si el amor se pudiera medir.

Si pudiera ponerse en una balanza ¿cuánto pesarían los besos y lo abrazos que espontáneamente me regalan mis hijos? Esos besos que me llegan sin ser expresamente solicitados. Esos abrazos los fines de semana a la hora de comer, entre bocado y bocado, que te piden con una sonrisa pintada en la cara.

¿cuanto valen las muestras de amor fraterno que se dedican estos dos niños mutuamente y que me sorprenden y me encanta descubrir a hurtadillas cuando ellos no me están mirando?

¿cuánto vale una sonrisa cuando no esperas recibirla?

¿y cuánto vale un mensaje de ánimo cuando el tuyo está arrastrándose por el suelo?

¿a que se puede equiparar que cojan tu mano y te la acaricien con infinita dulzura cuando te sientes desamparada y triste?



Si pudiera medirse. Si se pudiera cuantificar de alguna forma.

Hay pocas cosas en el mundo que valgan tanto como una muestra de afecto, cuando tienes hambre de cariño. Cuando sólo entiendes la vida como una sucesión de distintas formas de manifestar amor al resto, aunque el resto sea un universo muy reducido. Un gesto, una palabra. Un mensaje (o dos) llenan el alma de sonrisas, de esas que cuesta que broten en la cara y que hay que empujar para que las sienta el corazón.

Cuánto dolor de espíritu se aliviaría si se repartiera más cariño, más dulzura, más demostraciones de amor, aunque sean sencillas.

Miro a mi alrededor en busca de un gesto amable. Buscar una caricia de manos que no se prodigan en bellos gestos. Esperar y suspirar.

Y cuando nada hace presagiar un poco de ese milagro, de esa gota de amor concentrada, llega un beso, una palabra, una sonrisa y el brillo de la inocencia en los ojos de los que siempre serán niños.

Y sonríes. Y suspiras aliviada, porque todavía existe la magia, esa que brota en los corazones, donde todavía el amor es moneda de cambio.

Menos mal que aún existen sentimientos que no se pueden abarcar, porque son más grandes que la vida que los alberga. 

Ahora. 
Mañana. 
Y siempre.

martes, 7 de enero de 2014

Finito.

Atención: redoble de tambor...

ran rataplán; tantarán;tantarantán


¡¡¡ Por fin!!! Se acabó. Un año más los angelitos de mi casa se han salvado, han sobrevivido otras navidades y volverán a descansar hasta dentro de unos meses. Once, más o menos, envueltos cuidadosamente y guardados con todo celo y cariño.

Toca recoger las piñas doradas, los adornos y la estrella del árbol. 



El mío es reciclable, o sea, para el año que viene nos valdrá el mismo.

Finiquitadas. Menos mal. Este año me he librado de algunas reuniones familiares. Ahora toca que los niños vuelvan al cole. Se acabó el turrón (en mi casa al menos), los roscones, el polvorón traicionero (ese que se te atraganta en el momento más inoportuno) y los dulces en general.

Se ha dado el pistoletazo de salida para perder esos kilitos de más (o esos kilazos, porque algunos...madre mía como se han puesto), ya se vislumbra la operación bikini en el horizonte.

Ya tenía ganas. Cada año lo llevo peor y salvo por los niños, su ilusión y lo mucho que disfrutan, cada año me gustan menos. Hasta el punto de que pienso seriamente en irme de vacaciones a un país musulmán, o budista, el próximo diciembre (si pudiera permitírmelo, vaya que si lo haría).

Lo único bueno es que a partir de ahora, cada vez hay más horas de luz solar. 



Amanece más temprano. Anochece un poquito más tarde.

lunes, 6 de enero de 2014

Destrozeitor

Mi pequeño retoño contestón tiene una manitas, de esas que yo llamo peligrosas a más no poder.

Ya de pequeño apuntaba maneras (me refiero a cuando era aún más pequeño) y todo lo que caía en sus manos o en sus dientes, pasaba a mejor vida.

No se muy bien como lo hace, porque no parece intencionado, pero misteriosamente los helicópteros con los que juega se quedan sin aspas, los coches de bomberos pierden tramos de la escalera de salvamento y las ambulancias se quedan sin ruedas.



El chico juega, sigue jugando y en menos de  48 horas (con un poco de suerte) el objeto en cuestión ya no tiene el mismo aspecto, o bien se ha quedado sin puertecilla para las pilas, o le falta algún elemento de los que tenía cuando salió de fábrica.

Le he explicado en multitud de ocasiones, la importancia de cuidar las cosas que le pertenezcan y no digo nada todo lo que le he dicho sobre como debería cuidar todas las demás cosas que no le pertenezcan, sobre todo si va en casa de familiares o amigos. Y el caso es que me mira con cara de atención, asiente con total convencimiento, pone cara de haberlo asimilado e interiorizado y a los 10 minutos (si llega) viene a contarte que se ha soltado tal o cuál pieza, o que se ha caído el agua del vaso que ha cogido o que se ha manchado algo y él no tiene la culpa de ello (normalmente, según él, la culpa es de su hermana, esté o no cerca del escenario del crimen).

Miedo me está dando lo que va a durar en sus manos los juguetes que SSMM de Oriente le han traído. La cosa llega a tal extremo, que su progenitor y yo hacemos "apuestas" de lo que le puede durar tal o cuál cosa: unas ceras para pintar, un bote de plastilina, un cuento (aunque ya no se los come - sin comentarios - o lo que viene siendo, "deborar" libros, en sentido muy literal de la expresión, como lo hacía antaño).

Los cuadernos con pegatinas son un visto y no visto y los lápices de colores desde que descubrió la existencia de los sacapuntas, disminuyen de tamaño de forma vertiginosa.

El angelito es así. Digo yo, que con los años se hará más cuidadoso, o al menos eso espero, porque me da miedo pensar lo que puede ser la adolescencia de semejante insensato. Que además, como me va a pillar ya muy mayor...

Este año, los juguetes traen incorporadas además de las pilas, un kit de restauración, consistente en, a saber: pegamento de rápido contacto, un rollo de cinta americana, una mini caja de destornilladores y paciencia + precisión de relojero, para recomponer lo que buenamente se pueda.

Señoras, señores, en enero voy a tener las yemas de los dedos pegadas más de un día.