lunes, 22 de septiembre de 2014

Esto es lo que hay.

A veces te imploro a ti, en silencio, porque no tengo otro referente. Tú eres el inicio y el fin de mis días, presente siempre en mi pensamiento.

Lo abarcas todo, a veces en mi color favorito, a veces en el color de mis pensamientos. En el mágico inicio de lo nuevo y lo desconocido que nos espera a todos, una y otra vez, cada vez que nos despertamos del letargo del sueño.



Estás por encima de mí. Pero el día a día hace que me "olvide" de tu existencia por un rato. Siempre inmenso, siempre infinito. Siempre tú.

Tus múltiples matices enriquecen mi imaginación. Avivan mi latente necesidad de cambios. De constantes variaciones para no caer en la mórbida pesadez de la rutina. De la vida que no es tal, solo mera existencia. Del mortal aburrimiento del "siempre lo mismo".


Me sorprendo a mí misma, imaginando diferentes formas. De lo que sea. Se me va la vida entre nubes. Que pasan, como pasan los días y las oportunidades. 

Y tras ellas, siempre estás, azul, llenándolo todo. Entre nubes de normalidad, que te ocultan. A veces. Bastaría con saber mirar, para verte.

Tú eres, casi siempre, el que brilla. Y contigo, la alegría de mis días. Tú, lleno de luz y yo sumergida en indescifrables sombras. 



A veces un destello, a veces la chispa. Metáforas de vida entre renglones de lo cotidiano.

En mi día a día, no puedo imaginar ni un segundo, ni uno sólo, en el que tu no estés presente de una forma u otra.

Porque tú y sólo tú, eres mi cielo.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Gatita "mía".

Vienes al caer la tarde. Estás esperando a que salga de casa. Observando.

Te acercas con andares y ojos zalameros. Me miras con carita de pena y yo me rindo. Claudico. Como muchas veces hago.

Si, te doy tu ración de atención y de leche. Y lo que se tercie.



Y tu mueves contenta tu cola. Me he dado cuenta que eres una gatita y que llevas vida en tu interior, porque cada día están más redondas tus caderas y tus movimientos son más lentos y planeados.

Te gusta pasearte entre mis piernas mientras ceno. Me rozas despacito para que te acaricie el lomo, a contrapelo, un poco.

Luego te vas y te tumbas frente a mi. Te observo y haces que mis labios sonrían.

No tienes nombre, o si lo tienes, no te lo he puesto yo.


Te estiras, te acicalas, te lames las patas. Y cuando consideras que ya no necesitas más de mi ni de mis circunstancias, por hoy, te alejas despacio, con tu andar cadencioso que me embelesa. Y te vas, una vez más.

Te miro entre complacida y triste, por haberte tenido a mi lado, aunque sólo sea un rato; porque una vez más te alejas y no puedo disfrutar de ti siempre que quiero.

No quiero encariñarme contigo, por si vuelves a desaparecer de mi escenario.

Pero me gusta que cada atardecer, cuando empieza a caer la noche, vuelvas.

Yo también te espero. Yo también disfruto de tu presencia, aunque sea distante, aunque a veces seas esquiva y no me dejes tocarte, sólo cuando tú quieres.

Si. Yo también.