sábado, 14 de febrero de 2015

Bendita tu eres...

Porque eres mi madre y te debo la vida. Y ese ya es por si sólo, motivo más que suficiente.

Porque forjastes mi carácter para que pudiera valerme por mi misma. Te doy las gracias por hacerme: autónoma, autosuficiente e independiente.


Fuiste la que me enseño a no rendirme. Nunca. A intentarlo otra vez. Y otra. Y otra. Hasta conseguirlo.
La que me enseño a ser obstinada. Vale, o llámalo cabezona.
De ti aprendí y lo sabes.
Por eso ahora no te reconozco. No se donde está la madre fuerte de mis tardes de verano, la que cantaba mientras preparaba la comida o hacía las camas.
No se donde está esa mujer de la que aprendí a amar el amor por el orden y la pulcritud en todo lo que hiciera.
Miro tu menudo cuerpo envejecido y no reconozco en él a la mujer que le gustaba vestir con traje de chaqueta entallado y moño italiano. Hace años que te bajaste de esos tacones que me gustaba tanto utilizar cuando era pequeña.
Tus preciosos ojos verde agua, que a veces parecían azules, hace mucho que no brillan en tu cara. Y tu mirada se volvió resignada, hace demasiado tiempo.
Pero conservas intacta tu abnegación por los demás, tu deseo de cuidar a todos, a pesar de ser tu quién más necesitas que te cuiden.
Mantienes tu vocación de madre en todo momento. Incluso sigues ejerciendo de madre de tus hermanos. Aún lo haces.
De ti aprendí a aparentar fuerza a pesar de ser un cuerpo doblegado y menudo. 
Gracias por hacerme ver la importancia de la alegría en la vida.
Ojalá también hubiera aprendido de ti a sobrellevar la soledad ante las adversidades. Esa sigue siendo mi eterna asignatura pendiente. Mi miedo y mi realidad.
Gracias por hacerme capaz de sobrevivir sin depender de otros, aunque sea su apoyo lo que más pueda necesitar.
Gracias mamá.

... entre todas las mujeres.

AMEN.