Debe ser un gen familiar, por la rama paterna,
pero tengo complejo de taxista.
Voy de un lado para otro, acumulando kilómetros
sobre el motor de mis espaldas.
Voy contrarreloj sobre el asfalto. Corren
los minutos, trato de volar bajo para llegar a tiempo a todo.
Ahora toca recoger al niño. Ahora toca merendar
rapidito para llegar a tiempo a la parada de la ruta de la niña.
- "Venga, vamos, espabila, que no llegamos
a tiempo a la clase de aerobic para críos".
Corre, corre. Gira, intermitente. No choques.
- "Mamá, venga, aparca ya, no hagas tantas
maniobras".
Así una y otra vez, todos los días. Sin que
parezca tener fin.
Y a mí se me contrae el higadillo cada vez que
meto la llave en el contacto. ¿Porqué a mí, Señor, si NO me gusta
conducir? Repito, NO m-e-g-u-s-t-a-c-o-n-d-u-c-i-r, va a ser que no.
Y por más que lo intento, no me libro ni un
solo día de la semana.
Veo pasar las estaciones tras la ventanilla. Hago
fotos en los atascos.
Ahora un amanecer de impresión, de esos que te hacen
coger aire antes de grabarlo en el lugar más recóndito de las sensaciones
vividas, junto a los besos dulces y tiernos.
Ahora un arco iris doble, mientras que sigue lloviendo, por dentro y por fuera, mientras se me calan los huesos y me encojo preocupada.
Para minutos después salir dirección sur, al límite de la
legalidad, viendo desde mi asiento de conductora, como los árboles se trasmutan
en miel, sabiendo que van a morir una vez más, en el letargo cíclico, típico de
su vida de árbol.
Veo oscurecer tras el cristal, mientras sigo atascada y los
minutos siguen pasando. Ya llego de nuevo tarde o con el tiempo demasiado
justo.
Toca ir corriendo. A todo.
Meto la velocidad y continúo mi camino. Venga, espabila, no te
dejes llevar por ensoñaciones, que te come el tiempo y te están esperando.
Y el atardecer me ciega tras la luneta.
Y yo sólo quiero parar. Y tirar la llave muy lejos. Quiero
tumbarme a descansar, un poco.
Pero me he convertido, como muchas, en mera transportadora, que
van de un lado para otro, del cole a las extraescolares, mientras las canas
tiñen algo más que las sienes.
Las miro a la puerta del cole, con cara de prisa. Con el cansancio
pintando de ojeras sus rostros. Son como yo, somos mujeres (en su mayoría,
aunque eso también está cambiando), que vamos de un lado para otro. Corriendo
al trabajo, corriendo a llevar o a recoger retoños.
Corriendo. Mientras el mundo sigue su curso, mientras los días se
deslizan suaves. Inexorables, como las vueltas del cuentakilómetros.
La vida es movimiento, pero y ¿si pudieramos cambiar el coche por la bici? Se vería y disfrutaría mejor el camino.
ResponderEliminarBesos.
Ver pasar la vida sobre una bici, con su lento discurrir... ay, si no fueran las distancias tan distantes!!.Besos, Mar.
ResponderEliminarÓjala pudiera cambiar el coche por la bici... pero en ese caso yo me convertiría en Induráin... Que son 120 kilómetros diarios (mínimo) y mis piernas ya no dan para tanto... Yo que odio conducir... Ay compañera, ya sé que mal de muchas...
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