lunes, 17 de julio de 2023

 De la necesidad y otras virtudes inconfesables.


En la era del hedonismo, del tedio de los deseos que inmediatamente han de ser satisfechos, de la insatisfacción por quererlo todo y no tener realmente nada.

Nacemos, hijos del deseo y nos convertimos en estrellas fugaces de una vida que pasa rápida ante nuestros ojos. Nacemos de la necesidad de llenar vacíos de corazones esperanzados. Y nos dejan indefensos, ante un universo, en el que no hemos elegido vivir.

Afortunados los que vivimos intensos momentos de risas compartidas y de lujuria a escondidas en tardes de verano, en los que el sudor de la piel recorre la espalda y te hace estremecerte hasta el desmayo. 

Afortunados los que lloramos con intensa amargura por los dramas del primer mundo, porque así creemos valorar más las ínfimas parcelas de felicidad con las que nos conformamos. Migajas de placer, de posesiones materiales que en realidad no valen nada, si no se disfrutan, sin no se comparten.

Momentos de la luz que todo lo abrasa y lo ilumina, esa luz que nos saca de los sueños y nos arrastra a las pesadillas.



Afortunados los que aún tenemos anhelos de fundirnos en un mar que nos alegra, nos reconforta, pero no nos ahoga. Un mar que nos da energía para aguantar la inaguantable y perentoria obligatoriedad de seguir respirando.

Nos hace suspirar su recuerdo, cuando para otros es muro húmedo que los separa de su sueño y su esperanza.

Vida para unos, muertes para otros muchos.

Felices sólo con mirar profundo a los ojos. Y saber que no hay distancia que mate la ilusión de una vida mejor unidos.

Afortunados de saber que una sola caricia alegra el triste alma de quien no tiene más que la fuerza justa para seguir luchando.

Y nos aferramos al día a día, a resistir por resistir. Sin saber cuál es el sentido. Nos conformamos con la supervivencia.

Afortunados los que disfrutan cuando se sumergen en historias de otros, para matar el tiempo y no pensar en sus propias desgracias, porque al menos no piensan, no se autolesionan el alma.

Lo llaman vida. Para esto, amor, tu y yo tenemos otro nombre.