domingo, 2 de junio de 2013

El vuelo 169.

A veces sueño que mi vida es otra vida. 

Hay ocasiones en que cierro los ojos y me transporto frente al mar. Las luces de las farolas del paseo son las únicas compañeras de mis paseos nocturnos, paseos de sonido de ola, de fría brisa azotando mi cara. Y bajo el sonido de esas olas, se va mi pensamiento.

En mi otra vida no paro de sonreír, de ver el lado bueno de las cosas, de mirar hacía delante y pensar que el futuro está plagado de cosas maravillosas, de que el día a día tenga sorpresas increíbles.

En mi vida imaginaria, no tengo prisa, ni obligaciones que me amarran a la rutina. Tengo muchas horas para las cosas que me gustan, sin límites, para las charlas sin fin, infinitas. Para confidencias y cotilleos de patio de colegio.

En mi vida paralela tengo tiempo de pasear por el campo, de ir al cine y ver museos. De ir a elegir manzanas al mercado, para ver cuál es la más bonita. Y puedo aprender que aceite es el mejor para hacer ensaladas.

En mi vida soñada me sentaré a desayunar frente al mar, con las montañas a mi espalda. Veré amaneceres plateados y tomaré te verde, a la hora del te británico.

En mi vida de ensueño, siempre puedo ir descalza. No tengo ni pudor ni remordimientos. No tengo dolor ni penas. Siempre suena la música de los buenos recuerdos.



A veces, cierro los ojos y parece real. 

Por fin nos hemos subido a un avión, pero yo ya he atravesado medio mundo y es el vuelo 169.

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