jueves, 8 de agosto de 2013

No dejes de mirarme.



Me enamoré de tus ojos y de tu forma de mirar más allá de lo que veían el resto. De tus miradas de soslayo para escrutar cada uno de mis movimientos.
De tus miradas furtivas, cuando creías que no te estaba mirando.
De tus miradas de compasión, acompañadas de palabras de cariño, cuando más lo necesitaba mi cansado cuerpo.
De los días y días, de las horas interminables en que me estabas viendo a pesar de no estar ni tan siquiera a mi lado, de estar a kilómetros de distancia, pero ser capaz de ver todo al otro lado del casi infranqueable muro.
Me enamoré de tu forma de mirar y reírte, de mirarme con ternura. De fijarte en mis actos y tratar de no juzgarme por ellos. De lo que callaron tus palabras pero me decían tus pupilas.
De mirarme para fijarme para siempre en tu recuerdo. 
De mirar en la misma dirección que mis ojos, para ver juntos lo mismo. 
De ver el lado oscuro y no salir corriendo.
De tragarte la pena y la rabia y no mirar para otro lado.
Me enamoré de todas y cada una de tus miradas, de las de reproche, de las de ojos humedecidos, de las divertidas y las tristes, que te hacían más humano. De las de dudas. Y de las de ira, con todo lo que ellas implicaban.
De las de generosidad infinita.
De mirar en silencio, sin que nada más hiciera falta.
De las de complicidad rodeados de desconocidos. De las miradas divertidas y de las miradas por encima de la montura de tus gafas.
De todas y cada una. Una a una. Todas diferentes. Todas. Y de una.

Por eso, no dejes de mirarme, aunque tengas los ojos cerrados.


3 comentarios:

  1. Pero a veces estas declaraciones son como piedras que lanzas a un pozo: que caen y caen y nunca más las vuelves a ver. Que hacen ruido cuando llegan al fondo, pero luego ese ruido se apaga y no sirven para nada.

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  2. Te siento tristona amiga, ¿para cuándo encuentro terapéutico?...
    Un abrazo grande.

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