lunes, 7 de agosto de 2017

Chan eil fios agam ciamar a ghairm

Tu que naciste de mi incesante necesidad de crear. Y que de los, siempre pocos momentos compartidos, te fuiste abriendo paso muy dentro del corazón, hasta convertirte en un bien necesario.

De los malos tragos de la vida, de la venganza del rencor, ya pasado, fue brotando algo creativamente bueno. El más maravilloso de los regalos: el de aprender a convivir con la felicidad que me provocaba tu compañía, aunque tuviera que ser necesariamente intermitente, la mayoría de las veces, muy a mi pesar, muy intermitente.

Me adentré en las aristas de lo prohibido. Te enseñé más de mi de lo que debiera. Y me gustó vivir en el doble filo del peligro.

Pero debí convertirme en laurel, para que no me alcanzaras. 


Y aún así, dejé que me rozaras y ya no pude metamorfosearme del todo. Y ahora ha brotado de la nada, uno en mi jardín, como en el jardín que te descubrí para sorprenderte. Una vez más.

Llené mis palabras de ternura, dulces mimos del intelecto. Me dejé llevar por mis aguas, allá río arriba. Varias veces. Aunque fuera contra corriente. Y cada vez me importó menos dejar al aire mis escamas.

Y aún hoy en día, sin querer que sea así, cada instante de mi pensamiento vuela a tu lado. Porque un buen día puse mi corazón en tus manos, para que lo amaras y lo cuidaras como a algo único. O para que lo despedazaras sin piedad con tus críticas.

Y elegiste...

Ya van pasando los años. Pero sigo sin tener muy claro, de que matiz es el color de tu elección.

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