viernes, 30 de septiembre de 2016

Tha die tha tilgeadh.

Y ahora si que si. Y ya no hay vuelta de hoja.

Los cambios llegaron a mi vida sin yo pedirlos y hubo que irlos afrontando.

Se ha roto el vínculo. Ya no hay donde regresar si las cosas vienen mal dadas.

Ya no hay red de protección y sé que voy andando como funanbulista por la cuerda floja, con un precipicio que asusta mucho como escenario de fondo.


Si, un abismo bajo los pies inseguros, que estoy dispuesta a no cubrir con el polvo de la resignación.

Nueve de la mañana de una mañana cualquiera, pero no de cualquier día. Tumbada en la que fue mi cama, lloro por la niña que dejo atrás para siempre. 

Miro con pena y miedo mi refugio, al que ya nunca podré volver. Al decorado de la mayor parte de mi vida.

En enfundo mi traje de "aquí no pasa nada", el de "todo va bien" y me enrosco alrededor del cuello la cadena de "puedo con todo".

Cierro tras de mi la puerta, por última vez. Y desciendo las escaleras, como la mujer que soy: decidida a dar todos los pasos necesarios. Aunque aún perdida y desamparada.

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