martes, 29 de enero de 2013

Los demonios de la ira.

De los Siete Pecados Capitales, se podría escribir hasta que se agotaran las palabras. Hasta reportajes en la tele, en mis tiempos mozos, tuve ocasión de ver, poniendo en aviso a los pobres mortales, sobre lo peligroso que era caer en uno de ellos. O en todos, un poco.





En la gula (moderada) caigo cada noche y finalizo siempre con algo dulce, que si es chocolate, negro y belga, ya mejor que mejor. Será pecado, pero el hambre acumulada de no poder comer con calma durante el día, hace que por la noche, si me dejan tranquila, devore, como Saturno a sus hijos, empezando por la cabeza y no dejando ni las migas. Ya se que, quien me conoce, no puede creerme, pero con calma, soy capaz de arrasar la nevera y quedarme tan tranquila en el sofá después, para hacer la digestión viendo una buena película (y últimamente hay pocas con ese requisito en la tele), escribiendo, o entregada con pasión a la lectura. Mal pecado este para mantener la buena línea, pero puede ser taaan placentero...

Por el de la avaricia no seré yo la que caiga en aceite hirviendo. No me atraen las riquezas, más que para tener cubiertas mis necesidades vitales. No va conmigo, lo de acaparar por el simple hecho de tener. No necesito excesivas cosas, pero si es verdad que me gustan las cosas buenas (soy rubia artificial, pero no soy tonta) y como al que más y al que menos, me gusta lo bueno. Y lo muy bueno, también. Pero soy bastante espartana con los "caprichos", así que puedo sobrevivir sin problemas.

Por el de la lujuria, podría ser castigada a morir asfixiada en fuego y azufre, durante toda la eternidad infinita, si me dieran la oportunidad. Pero, sin entrar en detalles, hoy por hoy no es el caso, así que mejor vamos a dejar correr un tupido velo y a otra cosa.

De la pereza me acuso en primera persona. De vez en cuando me acosa la "tristeza de ánimo" y no puedo con la vida. No es vaguería, es que a veces la batería de mis pilas alcalinas se agota y no funciono. O descanso o muero y últimamente, tengo poco, muy poco descanso. Mi cuerpo no es lo que era cuando era quinceañera y la falta de sueño hace mella, como ola constante sobre rompeolas, que desgasta, que pule, que aniquila.

Con el sexto entono el mea culpa. SI, hay cosas que otros tienen y yo no y que quiero tener. Me da envidia no tener más tiempo para mis cosas, me da envidia de los que pueden viajar y ver otras partes del mundo. No me dan envidia infinidad de cosas, pero hay otras que si. Así que culpable y pecadora.

De la soberbia voy bien servida. Me pierde el orgullo, en concreto, el orgullo personal. Ese que me obliga a valerme por mi misma, sin depender de nadie (o al menos, eso quiero creerme). A eso de no pedir ayuda para lo que puedo hacer yo sola, estoy abonada, con abono anual, que renuevo año tras año, en palco de primera fila. No es que me crea que valgo más que nadie, es que me digo a mi misma, que sola lo hago mejor que cualquiera. Y eso es malo, muy malo, porque estoy equivocada en muchas cosas y en esta es de las primeras de la lista de mis errores.

Y mi amiga la ira, la que no me deja ni respirar cuando me siento contrariada. La que me atenaza el corazón y la existencia cuando no me salgo con la mía. Mi demonio personal, ese que me arrastra al fondo del lodo cuando me dejo llevar por un momento de furia. Hace que quede totalmente fuera de control.

Imprevisible, poderosa, la que escala en intensidad en cuestión de segundos y me llevan a la cima de la rabia para transformarme en la furibunda bestia que se esconde bajo mi mirada. En los últimos tiempos, me visita con frecuencia. Hace acto de presencia, abriéndose paso a codazos entre el cansancio y el hastío. Se abre camino, empujando a mi sentido de la calma al fondo del abismo, relejando mi sosiego al rincón más recóndito de mi ser.

Y aunque hago ímprobos esfuerzos por combatirla, al final, surge. Emerge como hielo frío y cortante que rasga cualquier atisbo de serenidad y buenas formas. Furibunda. Imprevista para el común de los mortales, pero a la que yo veo venir de lejos. Poco a poco al principio, veloz si la provoco o me provocan. Si me tocan la fibra sensible, en el punto inadecuado, la cuerda de arpa, se convierte en soga. Y arraso. Pobre del que se encuentra en mi radio de acción. Pobre del que no sabe escapar a tiempo, del odio contenido.



Bendito el que sabe perdonar los momentos en que me dominan los demonios de la ira. Y esperar a que escampe el temible temporal.

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