jueves, 25 de julio de 2013

El alquimista que habita entre los fogones de la vida.

Cuenta la leyenda que...

Había una vez un hombre que se sentía triste porque pensaba que había perdido la oportunidad de ser feliz en la vida. Pensaba, sin ningún fundamento, que ya estaba a la mitad del tiempo, de lo que el universo de la casualidad, le había adjudicado.


Su vida había transcurrido entre la normalidad y el tedio a partes iguales. Había elegido el camino a seguir, tomando decisiones, como todos, esto es, sin la certeza de ser las más adecuadas. Pero una parte de su ser se sentía incompleta. Y trataba de acallar las voces de su conciencia con largos paseos en solitario, sin conseguirlo. Para encontrar las claves de su día a día, sin hallar las respuestas a sus preguntas.

Y entonces la vida le regaló la oportunidad de cocinar a fuego lento el mejor plato que se pudiera saborear. Le fue añadiendo los ingredientes con paciencia, con mucho amor y con mucha entrega personal. Al principio el temor a los errores del pasado no le permitía disfrutar del todo de la magia de la alquimia, esa que trasmuta lo simple en lo más maravilloso. Pero luego, poco a poco, se dejó llevar por el entusiasmo y fue poniendo en cada nuevo plato toda su buena voluntad para hacer de cada comida un verdadero manjar, único e irrepetible.

Ahora si, se atrevía a poner la carne en el asador. Toda la carne. Mezclando los ingredientes en su justa medida, o sea, al 50%.

Hay veces que tuvo que improvisar, tomar decisiones rápidas, sin saber si serían o no las acertadas. A veces se quemó con aceite y las quemaduras escocían mucho. A veces se quedó corto de sal. A veces los platos tenían un sabor muy extraño, como a tristeza y nostalgia.

Pero aprendió poco a poco que se pueden hacer verdaderas delicatessen con las materias primas más sencillas, que con confianza en uno mismo e improvisando sobre la marcha, de sus cazuelas podían salir las delicias que alimentaban su espíritu y el de los que compartían con él la mesa.

Descubrió que la vida le estaba guardando sorpresas inesperadas en la despensa. Algunos ingredientes eran amargos y al tragarlos le hacían llorar. Otros eran extremadamente dulces, hasta el extremo de darle miedo que se rompiera esa magia del sabor almibarado, al entrar en contacto con sus labios.

Descubrió que el mundo tiene otros matices. Y que era capaz de cocinar a fuego lento y a fuego fuerte, ese que quema si no tienes cuidado. Aprendió que cada día no sólo hay que comer, hay que alimentar el espíritu y poco a poco el hierro fue dando lugar al oro.

Erase una vez... El alquimista del alma entre los fogones de la vida. 
Erase una vez... el alquimista que también habita en ti.


(y como siempre, esto puede ser un cuento... o no).

2 comentarios:

  1. Me has hecho llorar una vez más... pero de felicidad :)
    Paulo Coelho debería tenerte como maestra.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Me encandiló "El Zahir" de Coelho, pero no le llego ni a la tapa de cualquiera de sus libros en edición de bolsillo.
    Mil gracias guapa.

    ResponderEliminar