sábado, 7 de abril de 2012

Al fondo a la izquierda, según se sale de Madrid.

Viernes Santo, 6.50 a.m., suena una alarma de emergencia nuclear (no, no es broma) a todo volumen. ¿qué pasa, por favor???? Con el corazón en la boca doy un salto en la cama. Lo primero que pienso es que han vuelto a entrar a robar en casa y es la Policía. Con un susto de muerte en el cuerpo, una taquicardia flipante y desorientada me doy cuenta de que es la nueva alarma del despertador de mi santo.

Esta vez se ha superado, ahora si que odio su smartphone. A mi que me gusta despertarme poco a poco me parece que no tiene ni pizca de gracia. Mal empezamos el día. Mientras vuelvo a apoyar mi cabeza en la almohada pienso en 1027 maneras diferentes de asesinarle con gran dolor y sufrimiento. Torquemada a mi lado parecería una ursulina.

Después de desayunar y dejar todo recogido nos ponemos en camino hacia nuestro destino del día: la Ribera del Duero. Nuestra intención inicial la noche anterior era salir como muy tarde a las 8, son más de las 9 y aún no están los niños en el coche. Lo normal desde que hay niños en casa.

¡Venga, buen rollito nena, ignora sus protestas, ponte el cinturón que por fin salimos!.

Atravesamos Madrid por la M-30 dirección norte, no hay tráfico, lo que es normal dada la hora y la fecha, los que fueran a salir de vacaciones ya salieron el día antes. Antes de llegar a El Molar ya toca la primera parada para "el tete", que está ya sin pañal desde inicios de semana y necesita ir al wc.

Hace un frío helador, las nubes amenazan agua o algo peor. Reanudamos el viaje. Vemos la primeras quitanieves aparcadas en los arcenes de la nacional y sonrío ¡¡que exagerados!!. Mucho antes de llegar a La Cabrera ya vemos la nieve de cerca, antes habíamos visto a la izquierda las montañas nevadas. 

Seguimos avanzando, el paisaje es de postal y seguimos a una máquina que va esparciendo sal.



La ventaja de viajar es cambiar la rutina y disfrutar del paisaje. Nos nieva, pero nieva fuera y somos felices espectadores. Pero enseguida empieza la niebla y ya no se ve nada.


Pasado el Puerto de Somosierra ha dejado de nevar, los pinos están salpicados de un fino manto blanco. La belleza de lo que observo es enorme. Me deleito en cada imagen, capturo alguna de ellas.


Poco a poco la nieve pierde terreno frente a la tierra roja de Castilla, la primavera no está tan avanzada como en el sur donde habito. Aún así ya se vislumbra el verde brotando.

 


Pasamos pueblos, pequeños reductos de vida tranquila. Seguimos avanzando, fuera la temperatura tiene signo negativo. Ya queda poco, pero aún queda otra parada, el "tete" tiene necesidad de seguir con el culete seco y nosotros necesitamos algo que nos caliente por dentro. Paramos en un sitio nuevo, no en nuestra parada tradicional cuando vamos por estos lares, muy bonito, de estilo muy cuidado.

Veo algo que me gusta y lo capturo, esta vez no sólo para mi memoria personal.


Las verjas de hierro me recuerdan a "el espíritu castellano", al carácter de las gentes nacidas en estas tierras, que te hacen ser duro, resignado ante la adversidad del tiempo y fuertes, para resistir las inclemencias del clima y de la vida.

Nuestro trayecto de dos horas está llegando a su fin, estamos cerca de la casa familiar, puedo volver a admirar las vides, de hileras infinitas y perfectas y las construcciones de las nuevas bodegas, con denominación de origen. En cada viaje al pueblo político noto como se incrementa mi amor por estar tierras, que me cautivaron por su esplendor en la primera ocasión, que me dan lecciones de vida en cada estación en la que vuelvo.

Después del ritual familiar y antes de comer, subimos cerca del páramo, a la vuelta, a solas con la cámara y el silencio, me enfrento al resurgir de los árboles que ya identifico y conozco. Bellos paisajes, bella serenidad.


El clima de la tarde empeora, después de comer llueve, graniza y nieva. Es hora de partir, esta vez, el volante es cosa mía. En el camino de vuelta hay de todo menos un tornado: lluvia, granizo, nieve, niebla...


 y sol según vamos hacia el sur. La estación de La Pinilla está espectacular, la nieve resplandece con la luz del sol de la tarde.


Voy concentrada a medias en el tráfico, a medias pensando en la vida de las gentes que viven en los pueblos de alrededor. La "Pitu" no ha parado en todo el trayecto de gritar contenta. El "tete" lleva dormido todo el trayecto. Me duelen los oídos, el frío se ha instalado en mis huesos. Mi espíritu está tranquilo, mis resoluciones claras.

Estoy deseando aparcar a la puerta de casa y que los niños estén durmiendo para poder sentarme a escribir de nuevo. Mañana será otro día.



2 comentarios:

  1. Qué paisajes tan bonitos, Estrellas, ha merecido la pena el despertador, la lluvia, el frío, la nieve y las paradas técnicas, no me digas que no :)
    Un besote.

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  2. Si, pero mi idea de viajar era otra, sobre todo porque con el frío no pudimos salir de casa con los niños. ¡¡una lástima!!

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