sábado, 19 de mayo de 2012

Sólo con los dedos.

Cuando realmente tomé conciencia de la grave deficiencia visual de mi hija, una vez superada la tristeza inicial de pensar que habría infinidad de cosas en el mundo que no iba a poder ver bien, que no iba a poder disfrutar de los paisajes que yo veía, lejos de rendirme, traté de agudizar mi ingenio y darle una vuelta a mi imaginación, para compensar esa carencia.

Vale, no ve, ni verá bien. 

                                                                            

- "Para lo que hay que ver", me decía con cariño P., la persona que la cuidaba por aquel entonces cuando nosotros no llegábamos a tiempo del trabajo, para animar mi desconsuelo.

El ser humano es básicamente visual en su relación con el entorno que le rodea, es claramente la principal fuente de información sobre la realidad del mundo en el que se mueve.

Pero desdeñamos la importancia del resto de los sentidos. Así que me informé y traté de tener una formación básica sobre musicoterapia, aromaterapia, etc. Y empecé a trabajar con ella el tacto. 

Al principio era tremendamente reticente a tocar nada, encogía las manos y para ella era una estimulación aversiva. Pero yo soy más cabezona que ella y al estilo de "El milagro de Anne Sullivan", salvando todas las distancias, empecé a trabajar la técnica de la aproximación sucesiva (moldeamiento). 

En un primer momento reforzaba positivamente (de forma verbal) cualquier contacto ocasional con los objetos. Con la meta bastante lejana todavía, empecé a colocar diferentes muñecos cerca de sus manos y además de efectuar seguimientos visuales, potenciaba cualquier contacto táctil con juguetes, blanditos y suaves, principalmente.

Nos llevó su tiempo, las semanas y los meses iban cayendo. Una vez consolidado el hecho de tocar cosas sin que se sintiera amenazada, empezamos a trabajar con texturas diferentes.

Y aprovechaba cualquier circunstancia para que experimentara: telas, cojines, caras, suelo, paredes, pelo... Aún recuerdo los paseos de vuelta a casa, cuando tras volver de trabajar, iba a buscarla a la Escuela Infantil y por el camino le iba nombrando lo que íbamos a tocar: un coche, una pared de piedra, el hormigón, los ladrillos de las casas, las metálicas farolas, los rugosos troncos de los árboles, todo era etiquetado y por supuesto, tocado.

Poco a poco fue alargando de forma voluntaria las manos para acercarse a tocar su mundo más cercano. ¿La meta? que percibiera a través de la yema de sus dedos, lo que el resto percibimos con los ojos.

Con el afán de saber como la que tiene nombre de marca de cerveza egipcia, sentía las cosas a través de sus pequeñas manos, empecé a tocar lo mismo que ella, empecé a percibir el mundo con otra "visión" distinta. Gracias a ella, empecé a descubrir el universo del contacto. 

Y me gustó, me gustó tocar bolas de papel de aluminio, de notar como cedían amables bajo la presión de mis dedos, los discos desmaquillantes de blanco algodón, la temperatura de los cristales de casa, la suavidad de las paredes de la escalera, el frío del mármol de los escalones, la viscosidad de la mermelada e infinidad de cosas de la vida cotidiana, que pasan ante nosotros sin que nos percatemos de ellas.

Volví a experimentar la maravillosa sensación de la piel caliente al ser acariciada, la suavidad de los melocotones, el frío doloroso del hielo, la cera tibia de las velas recién apagadas, todo, absolutamente todo lo que estaba a mi alcance.

Trasmuté el mundo en una maravillosa sinestesia, gracias a ella. Y lo que en un primer momento me pareció un handicap, lo hemos transformado con el tiempo en otra rica experiencia vital.

Así, en mi último viaje a Santiago de Compostela, ya con ella, al colocar mi mano derecha junta a la suya, sobre el parteluz del Pórtico de la Gloria, sentí a través de la piedra, el latir del corazón de millones de peregrinos que habían hecho ese mismo gesto antes que nosotras, durante cientos de años.

                              


La misma sensación que al tocar las paredes del interior de la pirámide de Menkaura (Micerinos), mientras descendía a su interior. Y la indescriptible sensación de respeto, al tocar la cúpula del Vaticano, mientras ascendía por su estrecha escalera, sujeta a una dura  y áspera soga. 

Gracias a ella, hoy en día sigo disfrutando, tocando cada cosa que está al alcance de mis dedos.


4 comentarios:

  1. No dejo de emocionarme cada vez que te leo y de pensar en la inmensa suerte que tienen vuestros hijos de teneros como papás.
    Un beso grande.

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  2. Eso es porque no me has visto "rugir" como una leona cabreada, jaja.
    Después de meditar durante muchos años si quería o no convertirme en madre, cuando lo hice, fue con el convencimiento de que mi papel sería el de dar vida y dotarles de todos los recursos a mi alcance para que fueran capaces de volar libres. Y eso es lo que intento hacer cada día, con independencia de que ese "vuelo" les lleve lejos, o no.
    Un beso con tooooodo mi cariño.

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  3. Me acabo de leer tooooodooooo de golpe y me hubiera gustado dejarte un comentario en cada post. Me has emocionado, de verdad. Sabía... Sé que sois unos padres fabulosos. Desde el minuto cero. Recuerdo aquella primera foto que me enseñó tu costillo para que viera lo bonita que era su niña... Y he visto (y oído) como ha evolucionado, su sorprendente y maravillosa evolución que yo sé que es gracias a su coraje y sobre todo al vuestro. Eres increíble, qué fuerza tienes! Te seguiré. Me ha encantado.

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  4. Bueno, bueno, bienvenida a mi universo, del que tú conoces personalmente una parcela.
    Gracias por dedicar parte de tu tiempo a este experimento. Tu que has ido viendo a la "Pitu", has visto que también las cosas pequeñas, muy pequeñas, superpequeñas, tienen su cabida en el mundo y dan alegrías como las de los grandes.
    Un beso caluroso (que menudo frío tenéis estos días por vuestra casa) y gracias de nuevo por estar por aquí.

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