jueves, 19 de julio de 2012

Las manos de David.

De la imagen externa de la gente, me atraen varias cosas: la forma de caminar, que dice mucho observándola sobre el estado de ánimo en un momento determinado de las personas y sobre todo, de su personalidad. 

Hay quien anda con firmeza y energía, hay quien se desliza suavemente, hay quien va dando como saltitos, hay que arrastra los pies por el mundo, como si llevara una carga tremenda sobre sus hombros. Hay quien pasa por el mundo, sin que sus pies dejen huella en la nieve...

Hay quien pisa suave, hay quien pisotea y arrasa. Hay quien te pone el pie en el cuello, como cazador sobre su rendida presa y no te deja ni respirar, cuál indefensa oveja (negra). Hay quien camina con miedo, hay quien camina con prisas, hay quien pasea en lugar de caminar. Hay quien corre por la vida y se pierde lo cotidiano por ir demasiado rápido. Hay quien en lugar de andar, se desliza.

Los ojos son otro punto de análisis y fascinación extraordinario. Hay miradas que te intimidan, miradas que te golpean, miradas que te desnudan, dejando al descubierto tu forma más personal de ser y de sentir. Hay miradas que te humillan, hay miradas que te duelen, hay miradas que te enamoran y otras que te enfadan. Miradas de odio y de desprecio, miradas de infinita ternura y cariño. Miradas de complicidad. Miradas de culpabilidad. Miradas a los ojos, en silencio.


Pero sin lugar a dudas, lo que más me suele atraer de una persona cuando la conozco son sus manos. La naturaleza no me dotó tampoco de unas manos bonitas, sino que injustamente me tocó el polo opuesto a mi ideal de belleza.

Las manos masculinas son mi debilidad. Hay manos suaves, estilizadas, de dedos largos, pero no huesudos. Manos firmes, pero a la vez delicadas. Manos de pianista. Manos como las de Felipe II.


Manos como las que plasmaba El Greco, manos en las que reparé por primera vez en su museo de Toledo, cuando apenas tenía 8 años y que me dejaron tanta huella en mi ingenua imaginación de niña, que ya no puedo mirar otra cosa que las manos cuando conozco por primera vez a alguien en mi vida.


Por eso, en La Academia de Florencia, sus manos hicieron que se me saltaran las lágrimas, si, una vez más. Esas manos imponentes, las manos perfectas, para mi. Me pasé toda la visita contemplándolas, desde diferentes ángulos y perspectivas. Manos que me hipnotizaron, que parecían que en cualquier momento se iban a mover para cambiar de posición.


Lástima que sean de piedra, de fría pero blanca piedra. Lástima que no las haya visto nada más que una vez, convertidas en realidad.

6 comentarios:

  1. Yo también me fijo muchísimo en las manos de las personas (¿será por ser pianista...?); realmente, creo que dicen muchísimo de cada uno/a.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es impresionante lo que se aprende de la gente, observando. Y las manos son una fuente de información increíble. La forma en que la gente mueve las manos (tu te habrás fijado por ser pianista en esto casi seguro)es realmente curioso.
      Un beso.

      Eliminar
  2. A mí también me fascinan. De hecho, creo que hay una parte de mí, que todavía sigue enamorada de unas...
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si es que hay manos que dejan huella más allá de lo tangible ¿verdad?
      Un besazo.

      Eliminar
  3. Mi padre siempre decia que hay que llevar las manos perfectamente cuidadas, que las manos dicen mucho de una persona. Cuando él hacia entrevistas de trabajo, decia que siempre se fijaba en ellas. Así que es de las pocas cosas que si no las llevo bien, me siento insegura y, como tú dirias, me estropea el Karma.
    Bueno creo que es la única cosa que he sacado de mi madre, sus bonitas manos, eso sí, no son igual de útiles, jaja.
    Recuerdo las de mi padre, eran fuertes, suaves y con unas formas perfectas y pude tenerlas en las mias hasta el ultimo día.

    ResponderEliminar
  4. Nena, partes con la ventaja que te ha otorgado la genética, porque doy fe de que son muy bonitas.
    Besos.

    ResponderEliminar