martes, 24 de julio de 2012

Rutinas.

Hay rutinas en la vida, de las que nos quejamos pero que dan consistencias nuestro devenir por "este valle de lágrimas".

Me quejo de tener que salir disparada del trabajo, rozar la legalidad en materia de límites de velocidad al volante, para recoger a tiempo a mis niños en el campamento de verano de la escuela infantil, sin ser consciente del todo, que en muy pocos días, se acabará esa rutina y se acabará para siempre, porque el próximo curso, el de los rizos irá "al cole de los mayores". 

Cambiarán las calles por las que tendré que entrar al pueblo en el que vivo para recogerles, el sitio donde aparcar, las personas y el decorado que ambientará los próximos meses. Se acaba, si, la etapa de la escuela infantil llega a su fin. Todo ha sido tan rápido y los primeros días parecen ahora tan lejanos... 

Nos quejamos de ir a trabajar, sin darnos cuenta de que un tropezón inoportuno nos puede hacer sufrir un esguince que nos deje en casa varios días, echando de menos esas rutinas de despertador, compañeros, cafés, trabajo, jefes, más trabajo, unas risas y más trabajo.

Lo mismo pasa si un buen día eres despedido, tus rutinas diarias se convierten en añoranzas de un tiempo que no volverá. Y entonces te das cuenta de que no has aprovechado mejor el tiempo, pero ya no tienes otra oportunidad para ello.

Y no digo nada, si un día dejas de ver al que te alegra la vista por la mañana, siempre a la misma hora. Te parece algo rutinario, normal, hasta que no vuelve... O dejas de recibir una llamada de ánimo mañanero, que te interrumpa alegremente tus primeros minutos de consciencia tras el primer café del día. O ya no tienes el consabido beso de hora fija...

No conoces la inmensidad de esa suerte que tienes en el día a día, hasta que ella, la vida cruel y desmadejada, te lo arrebata. Si es temporalmente y lo recuperas después, siendo mínimamente list@, aprendes la lección y empiezas a valorar cada regalo repetido de la existencia.

Pero si esa ruptura de la rutina es definitiva, la amargura de lo perdido anida por siempre jamás en el lado izquierdo de tu pecho y te corroe como ácido, destruye cada ventrículo, hasta que te conviertes en un "Walking Dead", en busca de esa felicidad que ya nunca será la misma.

De ese sabor está hecha la vida cotidiana: dulce, muy dulce como sirope de chocolate, o con sabor a almendras amargas, como ese último beso que das a tu amor de verano, sabiendo que no lo volverás a ver jamás. De hechos repetidos, maravillosos si los valoras, estériles si te abandona la cordura.

5 comentarios:

  1. Cuanta verdad. No valoramos las cosas hasta que las perdemos. Cuanta más experiencia más varas de medir para valorarlas.

    Buena reflexión.

    Besos.

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  2. Me gusta eso de que cuanta más experiencia tienes en la vida, más varas de medir para valorarlas.¡¡Cuanta razón tienes, Mar!
    Besos.

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  3. Para que decir mas, si ya lo habeis dicho todo.

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  4. Ay, siempre se puede decir la última palabra...

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  5. Siempre es la penúltima palabra, la ultima no sabemos nunca cuando llegará.
    La rutina nos da la sensación de seguridad y de control sobre nuestra vida. Algunas personas cuando esa situación cambia pierden los nervios y se bloquean, cuando, en mi opinión, la capacidad de adaptarnos a esos cambios es lo que nos hace fuertes y denota nuestra inteligencia.

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